A finales de febrero, el medio de comunicación revolucionario francés, La Cause du Peuple, hizo un llamamiento a conmemorar a los héroes del proletariado de Francia.
La Cause du Peuple informa que en la manifestación participaron numerosos seguidores del periódico, que la jornada inició en la estación de metro Père Lachaise, pasó por la tumba de Pierre Overney y luego por la de Szlama Grzywacz, luchador comunista, judío polaco y miembro del grupo Manouchian, fusilado el 21 de febrero de 1944.
Pierre Overney fue un militante maoísta y trabajador en la fábrica de automóviles de Renault, quien fue despedido de su trabajo por razones políticas, y el 25 de febrero de 1972 fue asesinado por un vigilante de la Renault mientras participaba de una acción de agitación y propaganda a la salida de una fábrica en Billancourt. Pierre Overney se encontraba allí con un grupo de activistas, distribuyendo folletos de conmemoración con motivo de los diez años de la masacre del metro de Charonne en 1962, y en medio de una disputa por ingresar a la fábrica, un guardia de seguridad de la fábrica le dispara, causándole la muerte. La solidaridad del proletariado francés no se hizo esperar, más de 200.000 personas caminaron en una larga procesión detrás de su ataúd a principios de marzo de 1972.
También se rindió un homenaje a los héroes del Grupo Manouchian (FTP-MOI) que dieron su vida por el Partido Comunista y la Revolución hace 80 años, enfrentando la invasión alemana en los años 40. Missak Manouchian fue un trabajador, considerado un héroe de la resistencia francesa contra los nazis en la segunda guerra mundial.
Durante la jornada de conmemoración, fueron leídas varias cartas que los héroes mencionados escribieron antes de ser asesinados, por ejemplo, la carta del trabajador búlgaro Jurdan Lutibrodsky a su padre. Lutibrodsky hizo parte del contingente de héroes que ofrecieron su vida en la lucha antifascista, fue condenado a muerte y ejecutado en 1935 en la prisión de Varna. Su carta se distribuyó por miles en aquella época, como parte de la educación revolucionaria de las nuevas generaciones, dada la firme convicción revolucionaria que demuestra en ella.
Antes de ser ejecutado, el régimen le ofreció la posibilidad de salvarse de la muerte a cambio de renunciar a su actividad revolucionaria y convidar a sus camaradas a hacer lo mismo, su padre, desesperado, le pedía que aceptara la propuesta del régimen, sin embargo, Jurdan Lutibrodsky se mantuvo firme, como todo un bolchevique, y le explica a su padre, las razones de su firme decisión en la carta que compartimos a continuación:
“Prisión de Varna, 3 de mayo de 1935.
¡Querido padre!
Recibí tu carta hace unos días. Me aconsejas que haga todo lo posible para escapar de la horca. Y escribes: “Hazlo hoy, porque mañana será demasiado tarde”. ¿No comprendes que esa propuesta no es la salvación, sino la muerte segura, aunque conserve la vida? Para comprenderlo, es necesario examinar el problema a fondo. Actualmente, la burguesía ha logrado propinar algunos golpes severos al proletariado y su Partido. ¿Pero será que esto significa que la dominación de la burguesía se ha estabilizado y la victoria final no pertenece al proletariado? ¡No! Si no es hoy, será mañana, el proletariado vencerá a la clase agonizante y, gracias a su Partido, impulsará el desarrollo de la sociedad humana. Nosotros, hijos de esa clase ascendente y miembros de su vanguardia consciente, no debemos temer por nuestras vidas y sacrificar, por ello, el prestigio del Partido.
¿Para qué necesitamos de nuestras vidas, padre, si nos cabe la suerte de quedar como cadáveres vivos, con la ayuda de los cuales la clase reaccionaria en declive se esforzará por llevar la descomposición a las filas del proletariado revolucionario y me utilizará, a mí, a quien habrá dejado vivir, para prolongar su propia existencia? ¡No! ¡Antes morir, permaneciendo, por ello, vivo en el corazón de mi clase! ¡Antes morir que ser un cadáver vivo y putrefacto!
“Bien”, me dirás, “pero piense en Mara y en Ilitch [1]. ¿Qué harán sin ti?” Pienso mucho en ellos, padre. Yo mismo, no sé cómo expresarles mi amor. Cuando pienso en ellos, una amargura inmensa se apropia de mi y siento como pesa en mi pecho. Un sufrimiento que me obliga a apretar los dientes, tan fuerte que rechinan y, no obstante, prometerme a mi mismo resistir, conservar mis fuerzas y continuar combatiendo hasta el último momento, erguido contra la clase que es responsable, no solamente por el hecho de que mi Ilitch no haya visto a su padre y de que mi compañera quede sin mí, sino también, por el hecho de que millones de otras familias tengan que vivir en la miseria, en las privaciones y en el hambre.
En vista de los millones de desempleados, en vista del peligro de una nueva guerra [2], cuyo horror el cerebro humano no puede concebir, en vista de los millones de víctimas que morirán, no solamente entre los soldados, sino también entre las mujeres y los niños, porque los gases asfixiantes, los bacilos de la peste y del cólera no escogen víctimas, en vista de todos esos horrores, que el capitalismo nos trae y nos seguirá trayendo, ¿con qué derecho daría yo al enemigo un arma contra todos nosotros, cuya sangre chupa? ¡No! ¡No puedo hacerlo! Para este estado maldito del capitalismo, no veo otra salida sino la señalada por mi Partido y esa salida conduce a la liberación económica y política completa del proletariado y de los trabajadores. Mi vida fue una lucha, una lucha para imponer esa salida. Y, si la burguesía búlgara entiende condenarme a muerte, eso quiere decir que permanecí hijo fiel de mi clase, hijo fiel de mi Partido. Y eso bastará para ti, para Ilitch y para Mara. Sí, la muerte; pero Ilitch sabrá por qué su padre luchó y cayó en esa lucha; sabrá que prefirió caer en la lucha que cubrirse de vergüenza, que deshonrarte, a ti, y a ese hijo que nunca vi. Es cierto, es duro esperar la muerte en cualquier momento, estremecerse al menor ruido, contarles los pasos… ahí vienen ellos, vienen para llevarte. El corazón late hasta estallar. Pero, los pasos se alejan y la gente cae en el catre, como un fruto maduro al caer del árbol. Los nervios no pueden soportar eso… y la gente llama por la muerte, por la muerte salvadora. ¡La agonía es terrible, la muerte, no!
Y, precisamente en este momento, el enemigo intenta obtener de mi que condene toda mi actividad pasada. Y sabes, padre, que él ya experimentó varias veces esa tentación para poder triunfar después: “¡Miren! Otro hijo pródigo que regresa a la razón, que lamenta lo que hizo”. Es con tales ignominias que el enemigo quiere debilitar la fe en el Partido y prolongar la existencia de esa clase perjudicial para la sociedad. ¡No, no participaré de ese juego vil!
Eso, todavía, no significa que me dejaré llevar sin hacer nada. Es claro que es preciso hacer todo para salvarme. Pero, queda atento para no dar al enemigo argumentos contra el Partido. Lo mejor es movilizar la opinión pública contra mi condena a muerte.
Marcharé tranquilo y alegre hacia la horca con la consciencia de no haber, en mi corta vida dedicada a la lucha por la libertad, deshonrado ni el nombre de mi Partido, ni tu nombre.
Y, con la cuerda en el cuello, yo os gritaré: ¡Cabeza erguida, padre, mujer amada, mi hijo que nunca vi! ¡Adelante camaradas! ¡Aunque se paga con duros sacrificios, la victoria es nuestra! ¡Quien esté dispuesto para los sacrificios tendrá la victoria! Muertos físicamente, los combatientes continuarán viviendo en la conciencia del proletariado victorioso. Y sus hijos recogerán los frutos de la lucha que sus padres libraron. Tú, también, mi pequeño Ilitch, que no puedo besar ni por primera, ni por última vez.
Jurdan Lutibrodsky.
[1] La esposa de Lutibrodsky y su hijo nacido después de su prisión, respectivamente. [2] Se refiere a la II Guerra Mundial imperialista que se avecinaba.