Hace tres años, el 28 de abril del 2021, cientos de miles de personas se preparaban para salir de sus casas con la indignación a flor de piel. Se agruparon en plazas y calles de varias ciudades y municipios de Colombia para alzar la voz contra una reforma tributaria, que el imperialismo principalmente yanqui impulsaba por medio de sus organismos internacionales para intentar exprimir más y más al pueblo con impuestos, dinero que va a dar a sus bolsillos por medio de una impagable y parasitaria deuda externa. Esta reforma demostraba que este Estado al servicio de grandes burgueses y terratenientes se recuesta en los hombros de millones de hombres y mujeres que trabajan fuertemente a diario para buscar el pan que han de poner en su mesa. Este día no fue un día cualquiera, el pueblo colombiano estableció un gran hito en su historia de lucha.
Durante dos meses la juventud más pobre, aquella que vive con la rabia de no encontrar un lugar dentro de esta sociedad, pues su realidad es el desempleo o la imposibilidad de estudiar, fue la protagonista de heroicas batallas callejeras. Estas miles de marchas, bloqueos y confrontaciones con la policía demostraban que después de la crisis económica que trajo la pandemia del covid-19 las clases populares de nuestro país no estaban dispuestas a seguir viviendo de la misma manera.
Ante esto, el viejo Estado utilizó sus dos tácticas: garrote y pan. Por un lado, desde el primer día usó sus aparatos represivos del Esmad para intentar impedir las marchas y las tomas de las ciudades, asesinando, durante los varios meses de protestas, a más de ochenta personas, hiriendo a centenares, violando a decenas de mujeres y encarcelando a cientos de luchadores. Y, por otro lado, la falsa izquierda con palabras pacifistas invitaba a la gente a confiar en la burocracia y a depositar su indignación en las elecciones, como cuando Petro, entonces candidato a presidencia, el 31 de mayo, en pleno auge del levantamiento popular, invitaba a la juventud a que continuara la lucha en las urnas y twitteaba: “la más grande marcha debería ser a las registradurías, a inscribir las cédulas”. Estas acciones tenían como objetivo desmovilizar la lucha de la gente y permitir que el Estado siga sus medidas antipopulares, unos infundiendo el miedo a la lucha y otros la confianza en que los burócratas son los que van a conceder los derechos.
Pero el pueblo demostró a los de arriba, en estos meses de lucha, su capacidad de combate, indignación, perseverancia, rebeldía y sobre todo, ganas de transformar esta sociedad, que es profundamente injusta. En tan solo los primeros cinco días se conquistó la caída de la reforma tributaria, y en el primer mes se logró también tumbar la reforma a la salud y conquistar matricula cero en las universidades públicas. Estas jornadas fueron una avanzada del pueblo en lucha, organización y conquista de reivindicaciones. Se demostró la fortaleza que tienen las masas populares cuando se levantan, capaces de hacer temblar la tierra.