Hace ya dos años que las calles de Bogotá recibieron a un pueblo enardecido que el 9, 10 y 11 de septiembre, como un huracán de fuego salió valientemente a enfrentar a las fuerzas reaccionarias, defensoras de un orden caduco de opresión y explotación. Las llamas también se extendieron por otras ciudades del país. Estas han sido jornadas históricas donde el pueblo ha dejado ver a sí mismo y a las clases dominantes un poco del potencial revolucionario que permanece dormitando tras una rutina cotidiana de explotación y opresión.
El pueblo protagonizó heroicas batallas contra las fuerzas de la reacción que se suman a las jornadas que comenzaron el 21 de noviembre de 2019 y que se profundizaron con las revueltas populares comenzadas el 28 de abril del año pasado. Son tres hitos que marcan la lucha de clases en nuestro país y reafirman que vivimos un periodo de auge de lucha de las masas.
La crisis económica mundial, el recorte a los derechos y conquistas del pueblo por parte de los gobiernos reaccionarios ha llevado a millones de personas a una situación insostenible. Se presenta una agudización de las contradicciones sociales. El pueblo no quiere seguir viviendo en la miseria y opresión en que ha vivido hasta ahora; desea profundamente un cambio radical en sus condiciones de vida. Las clases dominantes no pueden seguir gobernando al pueblo como históricamente lo han hecho y están dispuestos incluso a sacrificar un poco de su status quo para no perder su posición social a manos de un pueblo que ha demostrado ampliamente su disposición y tesón en la lucha social.
Recuento de los hechos
Javier Ordoñez fue sometido a lo que sus amigos y familiares, e incluso los entes jurídicos nacionales –bajo la enorme presión popular- denominan como una “tortura prolongada” por parte de las fuerzas policiales. Fue golpeado, electrocutado, y finalmente, después de su trasladado hasta el CAI (Comando de Acción Inmediata) de Villa Luz en Bogotá, asesinado. El vídeo de la primera parte de estos sucesos se hizo viral en pocas horas y se convirtió en la convocatoria para que miles de personas salieran a las calles de las principales ciudades del país. Durante las tres noches siguientes más de 70 CAIs fueron destruidos, 40 de ellos incinerados. Motos, patrullas, buses de Transmilenio y entidades bancarias, es decir símbolos y entes de poder de la gran burguesía y de las fuerzas reaccionarias, también se convirtieron en blancos de la ira de la gente.
Al no poder contener la masiva protesta, las fuerzas de la reacción, en una acción desesperada y sistemática respondieron con sevicia asesinando a más de 12 personas, hiriendo con balas a más de 70 y golpeando a más de 300. Estos son los nombres de los asesinados: Lorwuan Estiwen Mendoza Aya, Anthony Gabriel Estrada Espinoza, Cristhian Andrés Hurtado Menece, Marcela Zuñiga, Jaider Alexander Fonseca Castillo, Julieth Ramírez Meza, Germán Smyth Puentes, Julián Mauricio González, Cristian Camilo Hernández Yara, Andrés Felipe Rodríguez, Fredy Alexander Mahecha, Angie Paola Baquero Rojas y Eidier Jesús Arias. Ellos son mártires que permanecen en la memoria popular y que se han convertido en bandera y razón para continuar la lucha combativa por una transformación revolucionaria de la sociedad.
En esos tres días, con la fuerza de la superioridad numérica y de la justeza de su causa, el pueblo enfrentó en combates callejeros, armados con piedras, palos, bombas molotov, de manera valiente y decidida a las fuerzas policiales hiriendo a más de 200 de sus miembros. Fue algo nunca antes visto por el pueblo colombiano. Miles de personas en numerosas protestas y acciones simultáneas en las cuales casi la mitad de los CAI`s de la ciudad capital fueron destruidos. La motivación de las jornadas tenía un claro color político y era compartida ampliamente por las masas. Se mostró una explosividad y una capacidad impresionantes. No pasó ni un día de que se publicara el vídeo de la tortura y asesinato de Javier Ordoñez cuando miles de personas se habían lanzado a las calles. Definitivamente estas jornadas prepararon el terreno y fueron una muestra de lo que serían las jornadas de revueltas del Gran Levantamiento Popular del año pasado.
Las históricas batallas marcaron un antes y un después en el camino de la lucha popular en nuestro país
Los sucesos del 9 al 11 de septiembre expresaron un punto de quiebre en la protesta social en Colombia. Los asesinatos ocurridos esa noche mostraron ampliamente al pueblo el carácter reaccionario de las fuerzas policiales y su misión de reprimir a las masas que se atreven a defender sus derechos y buscar justicia. La juventud de los sectores populares pasó a tener cada vez mayor protagonismo en la protesta social; de hecho, en Bogotá, barrios populares como la Gaitana, el Rincón y Ciudad Verde en Soacha, estuvieron entre los puntos más fuertes de las batallas. El pueblo vio que podía enfrentarse a las fuerzas policiales, defenderse de sus abusos y triunfar. La lucha combativa y la actitud beligerante contra la represión policial avanzaron.
Al respecto el periódico El Espectador plantea lo siguiente:
“De ahí en adelante, el reporte de CAI atacados o establecimientos ardiendo en llamas empezó a volverse un factor común. Si bien, no fue tan simultáneo como en aquel septiembre, sí se volvió constante y se intensificó con el Paro Nacional”
Y razón no les falta. En Cajibío, por ejemplo, quemaron la alcaldía después del asesinato de un campesino en agosto del año pasado, en Popayán quemaron la unidad de reacción inmediata (URI), a la cual fue trasladada Alison, la joven que se suicidó el día después de haber sido detenida por agentes del ESMAD (Escuadrón Móvil Antidisturbios) y haber denunciado abusos sexuales por parte de estos en mayo del año pasado. Además, se realizaron múltiples acciones en contra de diferentes CAI`s donde se presentaron casos de violencia policial contra el pueblo, como en Medellín en donde llenaron de pintura y grafitis el CAI de Aranjuez luego de que fuese asesinado Brayan Lopez de 22 años a manos de la policía en un operativo de tránsito.
Uno de los hechos más dicientes a este respecto es que a ocho días de iniciado el gran levantamiento popular del año pasado, mientras se mantenían bloqueadas por cientos de personas carreteras importantes en diferentes puntos de la ciudad, se reportaron además de estos bloqueos, al menos 25 CAI atacados.
En la misma columna de El Espectador citada anteriormente se puede leer en el párrafo final lo siguiente:
“Finalmente, todos consideran que sigue habiendo cosas por mejorar luego de un año de aquella noche de terror en la capital (…) sobre todo si se tiene en cuenta que, como ya se dijo, la llama que se encendió ese día cambió la dinámica de las protestas, evitar que vuelva a causar una explosión como en ese entonces, debe ser el objetivo principal”.
La actitud de los representantes del viejo orden ante las históricas batallas
Este párrafo final del periódico citado, recoge la preocupación principal de los grandes burgueses y latifundistas de nuestro país y de sus representantes. Tienen terror de que el levantamiento popular se profundice a tal punto que ponga en jaque su poder político y económico y, frente a la protesta popular, lo único que desean es su fin. La estrategia que usan es la de la represión y la cooptación. Por un lado, criminalizan la protesta y, como vimos, reprimen cruentamente y, por otro lado, intentan suavizar la furia popular y encauzarla dentro de los límites de lo establecido. En esta última línea, dirigentes y figuras destacadas de diferentes partidos y tendencias autodenominadas alternativos o de “izquierda” han hecho suya la bandera de la reforma policial.
Claudia López, alcaldesa de Bogotá, Carlos Caicedo, gobernador del Magdalena y apoyo del actual gobierno, Inti Asprilla, congresista del partido verde y apoyo del actual gobierno, Daniel Quintero, alcalde de Medellín, quien apoyó en su campaña presidencial al actual gobierno e incluso Germán Vargas Lleras, entre otros, hicieron declaraciones planteando la necesidad de una reforma policial.
Pero quien fue más profundo respecto a esto fue Gustavo Petro, quien llegó incluso a prometer en medio de su campaña electoral el desmonte del ESMAD (Escuadrón Móvil Antidisturbios). Esta fue una de las promesas que más atrajo a esa juventud combativa que participó en las históricas batallas del 9 al 11 de septiembre y posteriormente en el gran levantamiento popular del año pasado. Petro ha sido el más hábil de los politiqueros oportunistas, fue capaz de utilizar el miedo de las clases dominantes a la creciente protesta popular, así como el deseo del pueblo de un cambio radical en sus condiciones de vida para alzarse como presidente de Colombia y precisamente promesas como estas lo catapultaron en su cometido.
Estos cambios tan cacareados ya se están concretando: en el caso del ESMAD se cambió su nombre, ya no es ESMAD sino Unidad de Dialogo y Acompañamiento, se cambió el color de los uniformes y además el color de las tanquetas, que ya no serán negras, sino de colores más agradables que no inciten a la “agresividad” sino a “la calma”, como el blanco y el azul. Además podrán ser utilizadas como ambulancias para transportar a los manifestantes heridos, en el mismo vehículo y a solas, con los policías que los hirieron y quizás algún funcionario público.
El nuevo director de la policía ha planteado además en sus declaraciones, que la venom, arma supuestamente no letal, que generó tanto rechazo entre los manifestantes el año pasado, podrá seguir siendo utilizada bajo la observación de los protocolos internacionales que rigen su uso, es decir, encima de la tanqueta.
¿Qué otra cosa podíamos esperar? El fondo del problema de las fuerzas policiales no es abordado por ninguno de estos políticos oportunistas que se pronunciaron en su momento a favor de una reforma policial. Todo Estado necesita unas fuerzas represivas que permitan mantener bajo el control de las clases dominantes el destino y la vida de las clases dominadas. Esto hoy significa que la clase de grandes burgueses y terratenientes de nuestro país necesitan de una fuerza que controle la creciente protesta popular, para poder seguir explotando al pueblo trabajador. Sin fuerzas de este tipo ellos no podrían mantener su dominación. El mismo Gustavo Petro, cuando fue alcalde de Bogotá, en menos de cuatro años que duró su gobierno, utilizó más de 1000 veces las fuerzas que en campaña prometía desmontar y que hoy está maquillando, mientras intenta vender su mandato como el “cambio” que necesita nuestro pueblo. ¿Cómo va a desmontar Gustavo Petro una fuerza armada que tanto soporte le dio cuando fue alcalde? En realidad estas son promesas vacías, demagógicas, que buscan alcanzar el objetivo que planteó en su discurso presidencial: “la paz total”.
¿Qué significa el anhelo de conquistar “la paz total” en un contexto donde prevalece el hambre, la miseria y represión? No significa otra cosa que el deseo de contener a como dé lugar la fuerza indomable del pueblo, para que las clases dominantes, ellas sí, puedan vivir en paz.
¿Qué panorama nos deja la conmemoración de las históricas batallas del 9 al 11 de septiembre?
A pesar de todo el esfuerzo puesto en contener la lucha popular, no dejan de escucharse algunas voces dentro de los sectores más avanzados de los participantes en el gran levantamiento popular que rechazan el actuar del nuevo gobierno.
El 20 de julio, por ejemplo, los mismos medios de comunicación monopólicos se encargaron de difundir las palabras de un miembro de primera línea que planteó entre otras cosas que: “Si Petro la embarra, vamos a estar criticando, vamos a estar protestando”, declaraciones que pasaron a ser llamadas “las amenazas de primera línea a Gustavo Petro”. Por otro lado, y más recientemente, en redes sociales se ha expresado rechazo y descontento con las reformas al ESMAD que el gobierno planteó, e incluso, un pequeño grupo de manifestante realizó, pocos días después de que salieran a la luz estos cambios, una protesta en la plaza Bolívar donde exigían la libertad de los presos políticos del Gran Levantamiento Popular del año pasado mientras planteaban que un cambio de color en el uniforme e implementos de las fuerzas represivas no era suficiente ni iba a devolver la vida de los asesinados.
Sin duda vivimos nuevos y grandiosos tiempos. El pueblo se ha levantado en un grito de guerra en las históricas batallas del 9, 10 y 11 de septiembre, nuevas fuerzas han entrado masivamente a la lucha popular a cumplir su jornada. El odio a las fuerzas represivas que mantienen el viejo orden de dominación de grandes burgueses y terratenientes no ha podido ser disminuido ni con todo el esfuerzo demagógico que han hecho los políticos oportunistas. La represión se cierne cruenta sobre el pueblo y el hambre y la miseria nos está cercando cada vez más. La protesta popular es creciente, aunque en ella se presenten auges y reflujos.
Es con este panorama que conmemoramos el segundo aniversario de las históricas batallas del 9, 10 y 11 de septiembre, no como una efeméride fosilizada y sin relevancia sino como historia viva y posibilidad latente. Es decir, escenas como las del 9 al 11 de septiembre están destinadas a seguir ocurriendo en mayor amplitud y profundidad (como lo demostró con creces y sin lugar a dudas el glorioso paro nacional de 2021), hasta que el pueblo desplegando todo su potencial y pasando de pueblo desorganizado y a merced de políticos oportunistas a pueblo sólidamente organizado, de manera precisa e independiente y al servicio solamente de la lucha por sus derechos, en combativa lucha prolongada logre conquistar la vida que desea, merece y puede tener, quitando de en medio a las fuerzas oportunistas que bregan por apartarlo de su camino para mantenerlo dentro de los límites de este viejo Estado.