*Traducimos para nuestros lectores algunos fragmentos de la editorial semanal de la prensa democrática y popular brasileña A Nova Democracia, publicada en su página web el pasado 2 de noviembre de 2022.
Sobre el resultado de las elecciones presidenciales en Brasil, hay dos hechos que no sorprenden a nadie: que el candidato vencedor ganara por un margen muy estrecho y que, en caso de ser derrotado, Bolsonaro provocaría disturbios.
Luiz Inácio fue elegido, con el 50,9% de los votos válidos, contra el 49,1% de Bolsonaro. La diferencia es la más estrecha entre las disputas electorales para presidente en la historia de la República: apenas un 1,8%. Cerca de 2 millones de votos separan al vencedor del derrotado. Es de resaltar que, a pesar del chantaje y las amenazas terroristas nunca antes vistas para mover a los electores a través del miedo, el hecho incuestionable es que 32 millones de brasileños y brasileñas registrados en el Tribunal Superior Electoral (TSE) se abstuvieron, sin mencionar los 10,9 millones -aproximadamente- que no se inscribieron y los 5,6 millones de votos nulos y blancos (es decir, un total de 48,5 millones que no votaron por ninguno de los dos candidatos).
No bastando con el boicot de casi un tercio del electorado, el margen estrecho del resultado debilita la supuesta legitimidad de las elecciones, aún más considerando que el candidato elegido representa apenas un tercio del electorado. Este factor siempre es ocultado por los embellecedores de la vieja democracia corrupta y moribunda, por el propio sistema político a través de sus instituciones y por todo el grupillo de partidos que lo sustenta, sin hablar de los monopolios de comunicación. Concluida la elección, la crisis política del país da un salto: los disturbios bolsonaristas, por medio de bloqueos de vías después del resultado del pleito, ya sea que se disuelvan pronto o duren algunos días, anuncia la nueva forma en que la crisis se revestirá. Bolsonaro mantuvo un silencio absoluto, solo pronunciándose después de 48 horas. Lacónicamente declaro que los bloqueos “son frutos de la indignación y el sentimiento de injusticia de cómo se dio el proceso electoral”, refiriéndose a las supuestas irregularidades del TSE.
Un debilitado Bolsonaro, consiguió salirse por la tangente para prolongar las provocaciones. Por un lado, no pronunciarse formalmente significaría asumir implicaciones desde el punto de vista legal; por otro lado, aceptar los resultados en tono derrotista sería colocar un punto final y desmoralizante a las provocaciones. Con su pronunciamiento lleno de ataques al TSE, lo único que hizo fue lanzar más leña al fuego de la crisis política e institucional que se profundiza. Aparentando no estar derrotado y jugando para ganar tiempo, Bolsonaro espera que la situación se torne insostenible desde el punto de vista social, para decretar la “Garantía de la Ley y el Orden”, enviar las Fuerzas Armadas a las calles y seguir rechazando el STF, buscando forzar al error a sus oponentes y así ganar una posición que le dé mejores condiciones para la negociación.
Las señales de los tiempos son claras. La consigna oportunista y cobarde de “vencer al fascismo en las urnas”, parte de su pecado original, de creer que estamos en un sistema político sólido, de que los votos barren la extrema derecha, incluso con una votación tan pareja. ¡Ilusión! Este sistema político, ya hace mucho, está cuestionado por los de abajo a la izquierda, y por una parte de los de arriba a la extrema derecha. Las elecciones, dada su desmoralización, ya no funcionan, como antes, en la solución de los problemas en el seno de las clases dominantes. La crisis profunda y general del viejo Estado es tal que, después de la primera y segunda vuelta, se abre “la tercera vuelta”, para definir la correlación de fuerzas en el viejo Estado para los próximos tiempos de crisis. Y, en esta “tercera vuelta”, no vence quien tiene la mayoría de los votos válidos.
La división de la sociedad brasileña no es de votos y tampoco es vertical: esta ha sido desde siempre la división de clases, entre clases explotadas, oprimidas y empobrecidas y las clases explotadoras, opresoras y opulentas. Lo que este sistema político busca con la farsa electoral y la falsa polarización es encubrir la real división de clases para difuminar la lucha entre estas. ¡Qué ironía! Mientras la extrema-derecha apuesta por la confrontación ideológica y la falsa “izquierda” tergiversa las cosas hablando de “amor”, de “no violencia” y de “paz”, la mayoría del pueblo pasa hambre o come lo mínimo para sobrevivir y la Nación es desangrada por la rapiña del capital financiero internacional, desindustrializando y desnacionalizando la economía, mientras que ambos polos de dicha polarización se disputan cuál de ellos ofrece más estabilidad para el saqueo y la opresión nacional.
Así, los elementos de la crisis aguda no se reducen a los chantajes y amenazas de esta polarización. Después de asumir, el petista [Lula] tendrá una tarea aún más difícil: mantenerse en el poder, ya que será atacado por todos lados: por la extrema-derecha, por el Alto Comando de las Fuerzas Armadas, por el Congreso de corruptos y por las masas populares descontentas con las promesas no cumplidas. Luiz Inácio, más que nunca, es el blanco elegido de las tentativas desesperadas de salvación del sistema en crisis de descomposición: a él, le resta domesticarse aún más o tendrá que ceder el lugar a Alckmin. Ya la tarea de gobernar, esa misma es imposible. La magnitud de la crisis, colosal y de carácter general, no está debidamente presente en los cálculos de la aristocracia oportunista. Quien quiera que asumiera tendría que lidiar con la amarga verdad: en este marco, el país es ingobernable.
Urge a los demócratas y revolucionarios profundizar la movilización de las masas populares en defensa de sus intereses pisoteados, impulsar la protesta popular, no permitiendo que los reaccionarios y oportunistas los arrastren a enfrentamientos en defensa del orden de explotación y opresión encubierto, o en defensa de la vieja democracia corrupta, o por el régimen militar. A los campesinos sin tierra o con poca tierra, al proletariado y los demás asalariados urbanos y rurales, a los estudiantes, a los servidores públicos (principalmente de educación y salud), a los camioneros y a los pequeños propietarios del comercio u otros servicios, es preciso movilizarlos para que impongan sus intereses a través de las tomas de tierras del latifundio, con la Huelga General de Resistencia Nacional, con la huelga de ocupación en las universidades y escuelas; es la única forma de conquistar aquello que necesitan y que ningún gobierno electo o golpista de las clases dominantes les dará.