A finales de abril se presentó un escándalo de turismo sexual en el que estaba involucrado un estadounidense con dos menores en un hotel del Poblado en la ciudad de Medellín. Dicho suceso generó mucha indignación en varios sectores del pueblo, los cuales decidieron manifestarse contra el turismo sexual infantil en el país. Este hecho reavivó la discusión sobre la prostitución, el turismo sexual y la explotación sexual infantil.
La explotación sexual es una problemática global que persiste y se perpetúa en diferentes países. Este fenómeno está intrínsecamente ligado a factores económicos, sociales y políticos que crean un entorno favorable para su existencia. La pobreza extrema y la falta de oportunidades educativas y laborales son condiciones materiales que empujan a que mujeres y niñas se vean obligadas a prostituirse, no como una elección libre, sino como una necesidad de supervivencia. Las dinámicas políticas y el impacto del imperialismo agravan esta situación. Las políticas económicas y la explotación de recursos en países del tercer mundo contribuyen a la profundización de la pobreza y desigualdad, creando un caldo de cultivo para la explotación sexual. Además, la complicidad de autoridades y organizaciones, que obtienen beneficios económicos y políticos al facilitar estas prácticas, perpetúan el ciclo de explotación.
A nivel mundial, en países tales como Tailandia, en donde a pesar de que la prostitución es ilegal, aproximadamente 60.000 niños y 300.000 mujeres son víctimas de explotación sexual, controladas por redes de tratas de personas que son operadas por bandas criminales locales e internacionales, siendo un negocio tan lucrativo que aporta 6.400 millones de dólares al año, es decir, el 1.5% del PIB de este país. Mismo caso sucede en India, país en el cual aproximadamente 200 niños y mujeres entran al día en la red de trata de personas, 80% de ellos forzados. En ciudades como Bombay, cerca de 400.000 personas, incluyendo 180.000 niños, son explotados sexualmente, teniendo que estar con cerca de 30-40 personas por día. Esta situación se vive actualmente en nuestro país, donde la mirada pública está situada en Medellín por los recientes casos denunciados de explotación sexual de menores de edad, pero es una problemática enorme en distintas regiones. Ciudades fronterizas como Cúcuta y la Guajira, o sitios turísticos tales como Cartagena son conocidas internacionalmente como lugares de acceso a explotación sexual y explotación sexual infantil.
Todas estas situaciones se viven bajo los ojos de los Estados y las autoridades gubernamentales, que no les interesa tomar medidas apropiadas para detener este crimen. Estos países son semifeudales y semicoloniales, es decir, tienen relaciones de producción atrasadas donde persiste la concentración de la tierra en pocas manos y relaciones de servidumbre en un gran porcentaje de la población, y, relaciones de dependencia con países imperialistas, principalmente Estados Unidos. Esto se refleja en la vida cotidiana de las personas del pueblo, en que los trabajos formales son muy pocos, por lo cual se ven obligados a vender su fuerza de trabajo en condiciones inhumanas, en una gran mayoría gratuitamente a cambio de algunas condiciones básicas de subsistencia.
En Tailandia, hay grandes zonas al norte del país donde muchas personas son víctimas de trabajos forzados de hasta 20 horas por día a cambio de un sueldo que ni siquiera cubre completamente sus necesidades básicas. En la India, uno de los países más densamente poblados y con peores condiciones de vida, la tasa de pobreza reportada es del 21.9%. Y en Colombia, según el Banco mundial la tasa de pobreza es del 36.6% de la población. La pobreza estructural, combinada con la corrupción y el nulo interés de protección a las víctimas, mantiene a estas personas atrapadas en un sistema de explotación que parece inquebrantable. En Colombia las niñas y mujeres que pertenecen a redes de prostitución y explotación sexual infantil son de estratos 1, 2 y 3, residen en barrios con una gran pobreza y son engañadas con falsas promesas de un mejor futuro.
La “decisión” de ejercer la prostitución a menudo se presenta como una elección libre e individual. Sin embargo, esta percepción ignora los numerosos factores que condicionan dicha “decisión”. Las mujeres, niñas y niños que ejercen la prostitución no eligen esta profesión por vocación, ninguna mujer ni ninguna persona ha nacido para ejercer la prostitución, sino lo ven como una última opción para escapar de sus situaciones de precariedad y miseria. La presión económica y social empuja a aceptar condiciones de subsistencia que, en otras circunstancias, rechazarían. Esta situación es especialmente evidente en la prostitución callejera, donde se enfrentan a riesgos elevados de violencia, enfermedades y explotación.
Legalización y sus consecuencias
La legalización de la prostitución es un tema controvertido que ha sido implementado en países como Holanda, donde el trabajo sexual se considera una profesión legal y regulada. La intención que pregonan detrás de esta medida es proteger a las ‘trabajadoras sexuales’, garantizar sus derechos laborales y reducir la explotación. Sin embargo, la realidad muestra una situación contraria. En Ámsterdam, algunos argumentan que las ‘trabajadoras sexuales’ operan en un entorno más seguro y regulado; pero múltiples investigaciones internacionales, han demostrado que la gran mayoría de mujeres no son locales, sino que son traídas por grandes redes de tratas de personas, que reclutan con ideas falsas a mujeres de países tales como Rumania, Bulgaria, Nigeria y Colombia (especialmente de Medellín, Pereira, Cúcuta y Cali), siendo finalmente explotadas y controladas por mafias Chinas y Rusas, que las obligan a prostituirse hasta por 15 años, sin la posibilidad de volver a su país de origen.
Además de las circunstancias materiales, las estrategias de control y manipulación desempeñan un papel crucial en mantener a las trabajadoras sexuales atrapadas en esta industria. Una de las tácticas más comunes es la creación de dependencias, especialmente la adicción a las drogas. Las redes de trata y proxenetas suministran drogas a las víctimas, no solo para mantenerlas bajo control, sino también para crear una dependencia que dificulta su escape. Las adicciones, una vez establecidas, son utilizadas como una herramienta de coerción para garantizar la sumisión.
El sustento ideológico de la explotación sexual y turismo sexual
La explotación sexual y el turismo sexual son problemas profundamente enraizados en la decadencia ideológica del imperialismo y la cosificación de la mujer. Estas prácticas no solo reflejan un abuso sistemático de poder, sino que también perpetúan la desigualdad y la opresión en los países del tercer mundo. Para comprender la magnitud de estos problemas, es importante analizar cómo la decadencia ideológica del imperialismo, la cosificación de la mujer, y las condiciones de semifeudalidad y semicolonialidad en los países del tercer mundo se interconectan y sostienen estas formas de explotación.
El imperialismo, en su búsqueda constante de dominación y control, ha impuesto estructuras económicas y sociales que favorecen la explotación de las naciones oprimidas y en ellas, de los más pobres. Esta ideología decadente trata al pueblo no como seres humanos con derechos y dignidad, sino como mercancías que pueden ser compradas y vendidas. La cosificación de las mujeres es un componente central de esta mentalidad, donde las mujeres y niñas son vistas como objetos sexuales al servicio de los deseos de quienes tienen el poder económico. Este fenómeno se manifiesta claramente en la industria del turismo sexual, donde los cuerpos de las mujeres y niñas de países dominados son comercializados para satisfacer a turistas provenientes de naciones más ricas.
La interconexión entre grandes empresas y la explotación sexual es otro factor crucial que facilita estas prácticas. Grandes corporaciones, especialmente en las industrias del turismo y el entretenimiento, se benefician directa o indirectamente de la explotación sexual. Hoteles, bares, clubes, productoras de pornografía y agencias de viajes en muchas ocasiones están implicados en la organización y facilitación del turismo sexual. Estas empresas, motivadas por las ganancias económicas, a menudo cierran los ojos ante las atrocidades que ocurren en sus instalaciones o, participan activamente en la explotación.