
Por Pedro Valdivia. / pdr.valdivia@gmail.com
Madlen, toma conciencia, pero en medio de la confusión, lo último que recuerda es el ruido ensordecedor y luego la inmensa nube de polvo que lo cubrió todo. Trata de incorporarse, pero se da cuenta que una de sus piernas está presionada por algo muy fuerte que no le permite moverla, no siente desde la rodilla izquierda hacia abajo. Un grito sale de su garganta, y siente extraña su voz, ronca, como si sus pulmones se hubieran impregnado de polvo. Instintivamente, trata de empujar lo que la aprisiona, pero no tiene la fuerza suficiente. Vuelve a lanzar un grito, esta vez llamando desesperadamente a su mamá. Le parece recordar que en ese momento estaban cenando y la última imagen que aparece en su mente, es la imagen de ella en la cocina, preparando un jugo. Ahmed su hermanito, en ese momento estaba jugando con sus carritos cerca del televisor.
Se sintió una terrible explosión, muy cerca de la casa. En un momento todo se oscureció. Alcanzó a escuchar un grito de Gira, su madre, llamándola a ella y a su hermano. Luego, todo quedó en un silencio sepulcral. A partir de ahí, no recuerda más. No sabe cuánto tiempo habrá pasado desde ese instante. La atormenta no poder moverse, no saber qué pasó con su mamá y su hermano. Se pregunta qué estrategia deberá planear para salir de esta situación. ¿Alguien los estará buscando?, ¿o ya habrán pensado que nadie logró sobrevivir?
Papá no nos dejaría de buscar, piensa. Recuerda que él había salido esa tarde a su trabajo de la Luna Roja para colaborar en la evacuación de heridos de los bombardeos. Ya había transcurrido una semana desde que los aviones israelíes iniciaron el castigo de fuego en Gaza. Ella no entendía por qué esa determinación de matarlos a todos, mujeres, niños. Ellos no los conocían, no era comprensible tanto odio. Madlen no conocía en persona a ningún niño israelí, solo en algunos programas de televisión se mostraba cómo vivían. Las casas y condominios que se veían eran muy grandes y muy bonitos. No se observaban las limitaciones que ellos tenían en su pequeño apartamento y en su entorno. Pero los niños y niñas eran como ellos, al verlos jugando en el parque, irradiaban alegría. Ellos no los podrían odiar, igual que ella no los odiaba.
Madlen había escuchado en reuniones familiares opiniones sobre los israelíes. La mayor parte afirmaba que los judíos se habían apropiado de una tierra que desde hace siglos era de los palestinos. Yahim, su padre, opinaba que eso era cierto y que debían tener mejores condiciones de vida; pero, no estaba de acuerdo que con la violencia o la guerra se conseguirían los resultados. El tío Muhamed que decía pertenecía a Hamas, en forma categórica enfatizaba que la única solución era acabar con Israel como país y que los palestinos debían ser el único país legítimo en todo este territorio, para esto, era imprescindible exterminar a los israelíes.
Ella se daba cuenta que en el colegio muchos compañeros no tenían papá. Cuando les preguntaba, ellos decían que estaban en el cielo, con Alá, que habían muerto en la guerra santa; también, en ocasiones, se decía lo mismo de hermanos o primos que habían dado su vida en esta lucha o muchos estaban presos o desaparecidos. Madlen se tranquilizaba sabiendo que su padre, pensaba distinto y no estaba de acuerdo con la violencia. No se imaginaba cómo sería su vida, si su padre o madre le llegaran a faltar. Ella quería que hubiera paz, poder estudiar, jugar y recorrer su barrio sin temor.
Se siente mareada y tiene mucha sed. Entra en un intenso sopor y comienza a visualizar imágenes de vivencias compartidas con su familia. Se ve disfrutando un fin de semana en el Parque Sharm, le gustaba la vista del mar desde allí. Al entrar al parque, iniciaban el recorrido en las piscinas; sus padres ingresaban a la de adultos y ella con su hermano iban a la de los niños. Podrían estar todo el día jugando y lanzándose de los toboganes. Pero, también querían ir a los juegos, al carrusel, a los carros chocones. Las últimas veces, habían montado con su papá en las ruedas giratorias de altura y en la montaña rusa. Su mamá Gira no subía con ellos, porque su hermano era aún muy pequeño. Se emocionaba mucho, con el vértigo de la altura, y poder apreciar los edificios de la ciudad desde arriba, al igual que al mar, en diferentes perspectivas según la ubicación en la rueda giratoria.
El dolor de la pierna la despierta. Saca fuerzas de donde no tiene para tratar de moverla debajo de los escombros. Debe ser algo metálico, piensa. Se incorpora un poco y con sus dos manos intenta rotar el pie para poder sacarlo. No es fácil; pero siente que algo se movió. Si solo tuviera un poco de agua, está segura que lo podría extraer. El cansancio la vence y vuelve a caer en un letargo.
El mar, el inmenso mar, siempre aparece en sus sueños. Observa otra imagen que le parece reciente. Su padre le dio permiso de salir a la pesca con su tío Abud. Aunque, no le gusta madrugar esa nueva experiencia la estimuló para despertarse al amanecer. Su tío. como otros miembros de la familia había comenzado a pescar desde niño, para ayudar con el sostenimiento de los gastos diarios. Muchos años trabajó por un jornal diario; luego fue ahorrando y con un crédito del Banco de Palestina compró su propio bote.
Con su cuñado y otros dos hermanos, se repartían los turnos de pesca. Madlen ese día estaba feliz, había llevado consigo una pequeña caña de pescar que su padre le había regalado. Ya en altamar quedó embelesada al ver cómo eran capturados esa gran cantidad de peces en las redes. Estando ya, lejos de la costa, los edificios se observaban como puntos en la distancia. De pronto, una lancha militar con la bandera israelí los abordó. Los militares le hicieron muchas preguntas a Abud y se comportaban en forma muy agresiva. Él les respondía tranquilamente y les decía que estas todavía eran aguas de Gaza. Abud los controvertía respondiéndoles que aún estaba en las veinte millas náuticas permitidas. El oficial israelí, decía que todo eso era falso y que estábamos violando la soberanía israelí. Nos obligó a devolvernos y amenazó con vehemencia que la próxima vez retendría el bote y lo llevaría preso, si nuevamente lo encontraba en esa zona.
En ese momento, la saca del sopor una fuerte explosión, que por su estruendo debió ser muy cerca, ya que aún se sentía la vibración y muchos artefactos se movieron de su sitio original. Instintivamente, empuja el elemento de metal que oprime su pierna y lo logra mover con ambas manos. Sigue luchando con todas sus fuerzas y su pie es desanclado de la estructura. Siente al mismo tiempo dolor y un alivio al sentirse libre. Puede ahora tocar el extremo distal de su pierna. Percibe que se mueve, está inestable y está impregnada con un líquido que ya escurre hacia su pie. Al tratar de palpar más abajo, lanza un grito de dolor. Hay una herida que atraviesa todo el tobillo. Se mueve hacia atrás y con todas sus fuerzas, a pesar del dolor, coloca toda su pierna por encima del elemento metálico. Queda extenuada con el esfuerzo y vuelve a caer en una somnolencia.
En el sueño aparece una imagen de su antigua escuela. Estaba situada en la zona cercana al Hospital Al-Shifa. Hace dos años los israelíes bombardearon este sector, en teoría para eliminar a unos dirigentes de Hamas. Fue muy triste el observar todos los techos derrumbados y su salón de clase completamente destruido con unos orificios en el piso de casi un metro, alrededor se encontraban fragmentos metálicos de las bombas. Los alumnos y padres lloraban al ver este panorama. Eran lágrimas de tristeza al ver destruido un sitio que era tan querido por todos, no solo por ser un lugar de conocimiento, de compartir con los compañeros, sino un centro de actividades culturales y recreativas. Pero las lágrimas, también, eran de alegría ya que el bombardeo ocurrió en la noche. Si hubiera sido en el día escolar, sin duda, la mayoría de alumnos y profesores habrían perecido.
Se despierta y le parece escuchar voces y ladridos de perros. Se arrastra como puede y con la mano izquierda sostiene la pierna y el tobillo del mismo lado que son inestables. Avanza por el piso cerca de un metro y desde allí puede visualizar a través de los escombros un resquicio de luz. Ahora ya está segura que no es su imaginación, percibe más claramente voces y el ruido al rastrillar el piso los perros. Se le ocurre que su padre esté muy cerca y con lo que le queda de energía lanza un sonido parecido a un grito y en ese esfuerzo cae desmayada.
En los boletines internacionales de ese día, se registra la noticia y la foto de un miembro de la Luna Roja abrazando a su hija rescatada entre las ruinas del edificio que habitaban en la ciudad de Gaza. La madre y el hijo menor no corrieron con la misma suerte.
