Pueblos indígenas marchan hacia la Universidad Central del Ecuador en junio de 2022, en medio de un nuevo levantamiento popular. Foto: Carlos Villalba / AFP

Una nueva crisis económica de grandes proporciones se está gestando en las entrañas de este viejo sistema imperialista, reafirmando el gran caos y la profunda desigualdad que reinan bajo los cielos del mundo en la actualidad.

El reciente comunicado de prensa publicado el pasado 7 de junio en el portal web del Banco Mundial, en el cual se socializan algunos hallazgos del último informe sobre las perspectivas económicas mundiales, resulta bastante diciente al respecto, concluyendo que debido a diversos factores “para muchos países, será difícil evitar la recesión“. El comunicado señala que en el presente año se viene agudizando de manera abrupta la desaceleración de la economía mundial, la cual está entrando en “lo que podría convertirse en un periodo prolongado de escaso crecimiento y elevada inflación (…) este contexto aumenta el riesgo de estanflación, con consecuencias potencialmente perjudiciales tanto para las economías de ingreso mediano como para las de ingreso bajo”. Las recientes previsiones de la ONU, el Banco Mundial y otros organismos internacionales al servicio de los intereses de las potencias imperialistas, con Estados Unidos a la cabeza, han confirmado esta tendencia a la crisis reduciendo durante los últimos meses sus perspectivas de crecimiento global por lo que resta del año y para el 2023.

Las preocupantes conclusiones de estos informes se traducen para el pueblo como la inminencia de un nuevo periodo de más hambre, miseria, explotación y desigualdad. Según un informe de diversas organizaciones internacionales, para el año 2021 el 29,3% de la población mundial padeció en algún grado las consecuencias del hambre. El caso de América Latina resulta especialmente grave con un total de 207 millones de personas desempleadas según la OIT y unos niveles de hambre no vistos en la región en dos décadas según la ONU, alcanzando la cifra de 59,7 millones durante el periodo de auge de la pandemia en el 2020, del cual todavía no hay una plena recuperación y que se combinan con unos elevados niveles de inflación no solo en América Latina sino en el mundo entero.

En el informe de actualización del Departamento de Asuntos Económicos y Sociales (DESA) de la ONU presentado en mayo se refleja más crudamente lo que le espera al pueblo en el corto y mediano plazo: “(…) alerta de que el aumento de la inflación en la comida acentúa la inseguridad alimentaria y empuja a millones de personas a vivir por debajo de la línea de pobreza en muchos países en desarrollo que todavía sufren los efectos económicos de la pandemia (…) El aumento de la pobreza agudizará inevitablemente la desigualdad en muy poco tiempo, tanto dentro de los países como entre ellos“.

La explosiva combinación del estancamiento de la economía mundial (recesión) y el elevado costo de vida (inflación) han sido justificados en cada uno de los informes de estos organismos -financiados y dirigidos por las grandes potencias- como parte de los efectos de la pandemia y de la agresión imperialista de Rusia a Ucrania, simplificando el fenómeno y desconociendo así las causas estructurales de las crisis en este sistema, que realmente se encuentran no solo en uno u otro acontecimiento fortuito o manifestación del problema, sino en la propia base económica del capitalismo, hoy en su fase superior y última, el imperialismo. Como bien lo señalan los colegas del periódico democrático y popular A Nova Democracia de Brasil: “la crisis, la miseria de las masas y la destrucción de las finanzas de todas las naciones, especialmente de las oprimidas, es culpa del imperialismo y de la forma como este produce las riquezas, basada en la apropiación individual de los capitalistas, que acumulan fortunas inimaginables, privando a las masas de disfrutar de todas las riquezas que producen. La crisis es resultado de eso (…) El imperialismo produce más mercancías de lo que los bajos salarios permiten a las masas comprar y, a pesar de haber producido una enorme riqueza, los trabajadores son obligados a pasar hambre“.

En el caso particular de América Latina los efectos de esta crisis se sentirán con todo el rigor debido a nuestra condición de ser una región semicolonial, esto es: formalmente independientes, pero sometidos económica, política, militar e ideológicamente a diversas potencias imperialistas, en nuestro caso dominados principalmente por los imperialistas yanquis pero también con injerencia de Canadá, Rusia, China, Alemania, Francia, España, entre otras.

El débil desarrollo de una industria nacional propia producto de su aplastamiento por el gran capital monopólico y el rol que nos ha sido impuesto por el imperialismo de meros exportadores de materias primas, hará que la recesión económica en nuestros países sea aún peor, tanto por la profunda dependencia de estas exportaciones las cuales se verán duramente afectadas por el debilitamiento de la producción mundial, como por nuestra dependencia a las importaciones extranjeras en diversos renglones de nuestra economía.

Y si ya de por si el escenario actual es bastante oscuro, las previsiones de diversos economistas burgueses a cargo de la dirección de estos órganos imperialistas no es para nada alentador. En el informe anteriormente citado del Banco Mundial sentencian: “se prevé que la inflación mundial será moderada el próximo año, pero probablemente seguirá estando por encima de las metas de inflación en muchas economías. En el informe se observa que, si la inflación continúa siendo elevada (…) podría traducirse en una marcada desaceleración mundial“. Además, al comparar la situación actual con una similar ocurrida en la década de los setenta advierten que “la recuperación de la estanflación que se registró en los años setenta exigió fuertes aumentos en las tasas de interés en las principales economías avanzadas, lo que contribuyó en gran medida a desencadenar una serie de crisis financieras en los mercados emergentes y las economías en desarrollo“.

Así pues, es claro que al menos en el corto y mediano plazo no se prevé una importante recuperación económica en el marco del actual sistema, por el contrario estamos viviendo un agravamiento sin precedentes de la actual crisis imperialista con una mayor explotación recargada sobre los hombros de las naciones oprimidas del tercer mundo y de las clases trabajadoras de los países opresores, además de la agudización de las disputas entre potencias imperialistas que desatan sangrientas e injustas guerras de agresión como las ocurridas durante las últimas décadas en Irak, Afganistán, Libia, Siria y ahora en Ucrania.

Todos estos acontecimientos no hacen más que reafirmar los clarificadores planteamientos del gran líder revolucionario ruso Lenin en su magistral obra El imperialismo fase superior del capitalismo (1916) al caracterizar al imperialismo como “capitalismo parasitario, agonizante y en descomposición”, afirmando que este es “reacción en toda la línea” (relegando así el carácter progresista del capitalismo en su pugna con las sociedades feudales y primando ahora su carácter reaccionario en la lucha contra el proletariado) y denunciando su tendencia inevitable a la mayor reaccionarización de los Estados.

No hay perspectiva ni futuro para el pueblo colombiano y los pueblos del mundo entero mientras se encuentren estrangulados por los miserables chupasangres imperialistas. Ante el aumento de la explotación y opresión de las grandes masas, se hace cada vez más claro a los ojos del mundo que la única salida es una auténtica Revolución Proletaria Mundial en la que sean los pueblos quienes con el poder en sus manos definan los rumbos de sus propias naciones. Las grandes rebeliones populares contra el alza de los alimentos, el combustible y el costo de vida en países oprimidos como Ecuador, Perú, Panamá, Argentina, Sri Lanka, Sudán, Sudáfrica y Libia son signos de los agitados tiempos que se avecinan.

Manifestantes en Sri Lanka se toman el palacio presidencial y le prenden fuego en combativas protestas durante el mes de julio. Foto: Reuters

Combativas y multitudinarias protestas en Panamá durante el mes de julio. Foto: Arnulfo Franco / AP

Manifestantes prenden fuego al edificio del parlamento en medio de nuevas protestas en Libia ante el deterioro de las condiciones de vida y la corrupción gubernamental. Foto: Reuters