El pasado 28 de abril se cumplieron tres años del Gran Levantamiento Popular de 2021, cúspide de una importante oleada de luchas, protestas y levantamientos que estremecieron a nuestro país. Este proceso dejó en evidencia dos problemas para las clases dominantes: el fracaso de sus planes a través de las políticas del gobierno Duque y del uribismo, y el progresivo e incontenible aumento de la lucha popular combativa e independiente, que hizo cada vez mayor uso de la violencia revolucionaria (a la que tanto pavor tienen las clases dominantes) para defenderse y atacar a las fuerzas de represión estatal.
En ese momento de inestabilidad del régimen, el “gobierno del cambio”, era el único que podía apaciguar la tormenta de la lucha popular sin ser una amenaza para el poder del gran capital, el latifundio y el imperialismo en el país, sino al contrario su garante. Como lo expresó en ese momento Alejandro Gaviria, excandidato presidencial, “estamos durmiendo sobre la cima de un volcán. Hay demasiada insatisfacción. Sería mejor tener una explosión controlada con Gustavo Petro, que embotellar el volcán».
La salida que el gobierno Petro ha entregado al movimiento que buscaba apaciguar, ha sido una salida de promesas e ilusiones: desmonte del Escuadrón Móvil Antidisturbios de la Policía (ESMAD), la reforma agraria, la liberación de los cerca de 200 jóvenes detenidos del Gran Levantamiento Popular y un conjunto de reformas que han sido vendidas como políticas que van en beneficio de las clases populares.
Con el ESMAD el único cambio fue el nombre y el look. Frente a la reforma agraria, en palabras del propio Álvaro Uribe Vélez, Petro ha logrado lo que él en sus dos periodos presidenciales intentó, pero no pudo. Esto es, el enriquecimiento (y por tanto empoderamiento) de los terratenientes vía compra de tierras y línea de créditos millonarios. Mientras tanto, a casi dos años del nuevo gobierno, la entrega de tierras al campesinado ha sido ínfima.
De todos modos, la mera promesa de reforma agraria ha surtido el efecto esperado por las clases dominantes en una parte de las masas campesinas, indígenas y afro: contener las tomas de tierra. Un indígena del proceso de Liberación de la Madre Tierra en el Norte del Cauca (LMT – proceso cuyo rasgo distintivo ha sido la toma de tierras pertenecientes a terratenientes locales y a agroindustriales por parte de la base indígena), contaba que con la llegada de Petro al gobierno “paramos el proceso, porque Petro prometió reforma agraria” y que este gobierno “desarmó políticamente al proceso de LMT”.
La liberación de los jóvenes detenidos durante el Gran Levantamiento Popular es otra promesa incumplida, como lo ha denunciado en repetidas ocasiones el Colectivo Jhonatan Sabogal, cuyos integrantes han hecho varias huelgas de hambre para exigir libertad.
En las reformas restantes se refleja la pugna entre las facciones de las clases dominantes que se están disputando los negocios (aunque se nos haya vendido que el lado de Petro y sus reformas es el lado del pueblo, arrastrándonos a una falsa polarización entre el Petrismo y la derecha, cuando la polarización real es entre las clases populares y las clases dominantes). Las organizaciones de las masas deben analizar críticamente qué concesiones verdaderas tienen dichas reformas y qué corresponde a políticas antipueblo camufladas.
La reforma laboral que se hundió, en palabras de sindicalistas que estudiaron el tema, representaba concesiones en cuanto a la legislación laboral para el trabajador formal, pero también un intento de desmonte del sindicalismo independiente a la vez que reforzaba a sindicatos con dirigencias burocráticas, en los cuales sus altos mandos, en lugar de mantener una lucha independiente por los derechos, se dedicaron a entregar millonarias sumas de dinero (obtenido de sus afiliados) a la campaña presidencial. En cuanto a la reforma pensional, expertos han salido a denunciar que en buena parte beneficia a los fondos privados en perjuicio del trabajador; frente a la reforma a la ley 30 de educación superior, ésta fue ampliamente criticada por una parte del movimiento estudiantil en el Encuentro Nacional de Estudiantes de Educación Superior realizado el año pasado en Medellín, por representar en numerosos aspectos un reencauche embellecido de las políticas educativas de los anteriores gobiernos.
Con la reforma a la salud hay mucho por analizar. Las EPS (Entidades Promotoras de Salud) han sido un crimen contra el pueblo. Nos oponemos a que continúen con su papel de intermediarios. Pero, el hecho de que los fondos para la salud queden en manos estatales no es garantía de que esto represente un mejor servicio. El Seguro Social de los años 80, siendo estatal, no representaba un mejor servicio para sus afiliados. Hoy los hospitales públicos de las regiones son usados como moneda de cambio de politiqueros y jefes locales. ¿Podemos confiar en que otorgar el manejo de los fondos de salud a organismos nacionales y regionales va a ser garantía del mejoramiento de la salud para el pueblo? Ciertamente no.
La única forma en que el pueblo puede conquistar una mejor salud es fortaleciendo su capacidad de organización y movilización. Hoy al pueblo le toca pelear contra las EPS (privadas y públicas) para conseguir sus tratamientos. En caso de aprobarse la reforma, mañana tendrá que organizarse para seguir luchando por su derecho a la salud contra los poderes regionales y nacionales. Nada al pueblo le ha caído del cielo, todo lo ha tenido que conquistar con su lucha.
De todos modos, por la vía de las reformas, el gobierno actual no ha podido imponer tanto como quisiera, los intereses de su facción. Ahora habla de una constituyente y de nuevo reclama el apoyo popular.
Frente al discurso de cambio, las promesas del gobierno y los llamados que hace al pueblo a defender sus políticas, es pertinente el siguiente planteamiento de Lenin (líder revolucionario ruso): “Toda reforma tiene en la sociedad capitalista un doble carácter. Es una concesión que las clases dirigentes hacen para contener, debilitar o difuminar la lucha revolucionaria, para dispersar la fuerza y la energía de las clases revolucionarias, para nublar su conciencia, etc. En consecuencia, y sin dejar en modo alguno de utilizar las reformas para desarrollar la lucha revolucionaria de clases, la socialdemocracia revolucionaria en ningún caso «hará suyas» las ambiguas consignas reformistas burguesas”.
Petro y sus reformas pretenden dar algunas concesiones para contener y pacificar la lucha del pueblo, para envilecer su conciencia con la ilusión de que a través de las elecciones y del Estado, el pueblo puede cambiar su situación. Como la historia lo muestra, todo lo que el Estado cede al pueblo ha sido arrebatado por la fuerza popular, entregado por el temor de los de arriba a otra explosión de los de abajo. Estos derechos arrancados debemos utilizarlos para seguir fortaleciendo las luchas y organizaciones clasistas, independientes del Estado, no para apoyar el corporativismo, reformismo y pacifismo que promueve el gobierno actual.
Seguramente Petro va a incumplir la gran mayoría de sus promesas y en unos meses, saldrá a lavarse las manos. De sus incumplimientos culpará al fiscal, a la oposición, a los contratistas (como con los carrotanques de agua para la Guajira) o a hijos a los que él no ha criado. Saldrá a alegar que sus enemigos no lo dejaron hacer o incluso culpará al pueblo por no plegarse lo suficiente a su reformismo.
En cualquier caso, su principal tarea, de la cual da cuenta ante las clases dominantes, no ha fracasado aún: frenar el desarrollo de la protesta popular combativa, contener la rebelión del pueblo, apaciguar los ánimos y sembrar ilusiones de posibles cambios a través de las viejas instituciones del Estado. Pero es una tarea condenada al fracaso, pues no podrán contener por siempre la lucha de las masas.
No hemos conquistado todavía las reivindicaciones más profundas del Gran Levantamiento Popular. Ante eso se respira un aire de desilusión en un sector de las masas. Un signo de esta desilusión es la incapacidad que ha tenido para movilizar en sus convocatorias a la juventud que lo apoyó en campaña.
Las recientes marchas contra el gobierno y sus políticas son otro signo de dicha desilusión. La derecha fue la que impulsó las movilizaciones y es este sector quien principalmente las está capitalizando, pero eso no niega que allí, amplios sectores populares salieron a rechazar el recorte de sus derechos y el empeoramiento de sus condiciones de vida (por ejemplo, los camioneros reclamaron contra el alza en el combustible y una parte del sector salud reclamó contra una reforma que empeora sus condiciones laborales). Lo que muestra que no todos los que salieron a marchar son “fachos” o “uribistas”.
Pese a que pueda creerse lo contrario, esta desilusión que se viene presentando con el gobierno, es muy positiva para el pueblo. Nos entrega la tarea de reorganizar y reimpulsar nuestras organizaciones y movimientos desde la base, para con ellos dirigir la lucha bajo nuestros intereses y reivindicaciones, basando las esperanzas y posibilidad de conquistar la victoria en nuestras propias fuerzas y no en la confianza en leyes y funcionarios del Estado. El asunto central hoy es, como dijera Lenin para el movimiento obrero ruso, el de desarrollar y aplicar una línea clasista dentro del movimiento popular.
Es decir, el movimiento popular, con sus organizaciones, siguiendo su rica experiencia histórica, tiene la tarea de tomar el camino revolucionario y a través de éste, dirigir la lucha por los derechos. Tiene que plantear el mismo su propia agenda, su propio programa y sus propias consignas. Es desde las bases que debe definir sus reivindicaciones y desde la base, desde abajo que debe definir sus métodos.
Con esta tarea que se nos abre, cabe recalcar que no toda voz opositora del gobierno puede ser encasillada en los epítetos de “uribista”, “derechosa” o “facha”. Tenemos el derecho y el deber de oponernos a cualquier medida antipopular del gobierno, aunque quien esté a su cabeza diga frases que parecen pro pueblo. Entre más organizados y firmes estemos, más vamos a poder dirigir la fuerza de nuestro inconformismo hacia la lucha por nuestros derechos. Entre menos organizados y firmes estemos, más van a poder usar nuestro inconformismo en pro de intereses ajenos a los nuestros (ya sea desde la “izquierda” o desde la “derecha”).
Cada gobierno, incluyendo el presente, ha intentado, por diversos métodos sofocar la rebelión y promover la paz. Entonces también cabe recalcar que una valiosísima lección histórica que hemos aprendido y que se eleva a la categoría de ley, es que tan solo la lucha independiente y combativa, es la que nos va a entregar la posibilidad de conquistar victorias. Nuestra lucha no cabe dentro de los estrechos márgenes que este estado ansía imponernos.
Varios pueden estar pensando que a Petro no lo dejaron gobernar y que por eso no pudo darse la transformación esperada, otros pueden sentirse engañados y pensar que esto es más de lo mismo. Más allá de eso, hoy Primero de Mayo, fecha que pertenece exclusivamente a la clase obrera y a las clases populares, debemos reafirmar que el camino de conquistar nuestros derechos a través de leyes, instituciones y funcionarios del Estado, es un camino fracasado. Por el contrario, el camino de conquistar los derechos a través de la lucha popular independiente y combativa es el único camino que tiene posibilidad de éxito.
No podemos perder de vista el despliegue de fuerza que mostramos en el Gran Levantamiento del 2021 y las heroicas jornadas que lo precedieron (21N, 9 al 11 de septiembre). En el seno de nuestro pueblo es donde verdaderamente habita la fuerza para transformar a Colombia de raíz. Nos corresponde encauzar esa fuerza. Necesitamos organizarnos de manera independiente, clasista y combativa, debemos desechar las ilusiones de que alguna solución va a venir de fuera y retomar el histórico camino de la lucha popular.