Nota editorial
El siguiente artículo fue sacado del periódico popular y revolucionario Frente Unido, específicamente, en el número 13 de noviembre de 1965. Esta importante tribuna popular fue dirigida por el revolucionario Camilo Torres Restrepo. En este mismo número se plantea que “a través del periódico se enseña, se esclarece, se organiza, se dan motivos, consignas y denuncias y, en fin, se vive la plenitud de la lucha. Sin el periódico estaríamos mudos, aislados, dispersos, incomunicados”, dejando claro la importancia y la necesidad de un periódico al servicio del pueblo. Compartimos este artículo por dos motivos; el primero por ocasión de los 60 años del Frente Unido impulsada por Camilo Torres Restrepo, una importante experiencia de organización del pueblo colombiano. El segundo, por su pertinencia con la situación política actual en nuestro país, pues ante el despego en firme de las campañas electorales para Congreso y presidencia en 2026 del gobierno oportunista de Petro por medio de su Consulta Popular, los revolucionarios y democráticos deben oponerse a la farsa electoral. Es de suma importancia retomar los mejores planteamientos del movimiento revolucionario y popular colombiano.
ELECCIONES NO, REVOLUCIÓN SI

Con este manido argumento de la “democracia” basada en elecciones se ha venido engañando y tapando los ojos y la mente a nuestro pueblo. Jamás la voluntad popular, una auténtica voluntad popular se ha manifestado en nuestro país por medio de elecciones.
La “expresión popular” manifestada en los votos a favor de los partidos tradicionales no tiene más valor que el de un sentimiento emocional, y es el resultado de la demagogia, la violencia y la compra de votos.
Por otra parte, en Colombia y dentro de este sistema los personajes ungidos con los votos populares no están obligados a nada, no adquieren ningún compromiso o responsabilidad. El pueblo elector no puede revocar su mandato cuando su elegido lo traiciona por acción u omisión, lo que equivale a que el elector tiene que entregarse en cuerpo y alma sin más garantía que la de las dudosas promesas electorales. ¿No fue esto exactamente lo que sucedió con algunos de los farsantes “revolucionarios” elegidos en los comicios pasados? En esto no podemos engañarnos. Un solo hecho debería servirnos de orientación: ¿por qué la gran prensa se alarma ante la posibilidad de una amplia abstención?¿Por qué todas las fuerzas oligárquicas movilizan sus mejores efectivos y medios para impedir que el pueblo les vuelva la espalda gritando sin descanso: ¡Votad, votad por el que sea, pero votad! ¡Si no votáis, la Democracia (su “democracia” se entiende) se hunde! ¿No es una rara coincidencia ésta, de que luchen por los mismos objetivos los sectores más antipopulares y antinacionales y algunos que se definen como “revolucionarios”?

Las elecciones agudizan el sectarismo partidista
Bien sabido es que nuestras grandes transformaciones revolucionarias serán impulsadas por una vanguardia combatiente que logre anclaje en el alma popular. Pero esas transformaciones serán más difíciles y lejanas si la motivación política del pueblo sigue obedeciendo a la lucha partidista tradicional. Mientras impere la división artificial del pueblo en dos partidos las perspectivas revolucionarias encontrarán mayores obstáculos. Romper el bipartidismo tradicional, unir al pueblo en torno a sus intereses y necesidades económicas, sociales, culturales y políticas es tarea inaplazable y altamente revolucionaria. Desde ese sólo ángulo las elecciones juegan un papel altamente negativo al mantener amarrado al pueblo en sus ancestrales y bien cultivadas divisiones partidistas.
En las actuales condiciones las elecciones son una farsa aún mayor
Si todo lo anterior es correcto para las épocas pasadas, en los momentos actuales tiene mayor validez, cuando han sido excluidos del régimen electoral amplios sectores nacionales y solo es posible agitar y levantar las banderas liberales y conservadoras, lo que aumenta confusión y división populares. Hoy, con alternación y paridad, las elecciones sólo sirven para dirimir pugilatos internos entre los partidos tradicionales. Aun el simple principio del “derecho a las mayorías” ha sido cercenado por esta novísima “democracia” colombiana que destruye por necesidad lo que dice amar más.
Ni las elecciones ni el parlamento pueden utilizarse revolucionariamente
Se arguye que las vísperas electorales permiten desarrollar una labor de agitación sobre los grandes problemas nacionales . Pero, preguntamos , ¿tal labor debe hacerse en favor de las elecciones? ¿No debería utilizarse más bien el período preelectoral para desenmascarar –a más de otras múltiples angustias nacionales—la farsa de las elecciones, de la paridad, de la alternación, de las dos terceras partes? ¿No es esto más constructivo y revolucionario?
También se dice que el parlamento puede utilizarse revolucionariamente. Pero ¿qué utilización revolucionaria puede hacerse de un parlamento maniatado, simple apéndice del Poder Ejecutivo? Se dice que el parlamento podrá convertirse en excepcional tribuna de agitación desde la cual denunciar el contenido reaccionario y oligárquico del Frente Nacional. Esto significa olvidar deliberadamente que las sesiones parlamentarias transcurren a espaldas del país, que sólo grupos muy reducidos de personas tienen acceso a sus deliberaciones y que las intervenciones y proyectos que en ellas se hagan o presenten sólo son publicadas acomodaticiamente por la gran prensa. Añadamos a esto el ausentismo crónico de los parlamentarios, bien remunerados, por cierto, de tal suerte que los voceros de “izquierda” no tendrán siquiera la satisfacción de hablar ante sus propios colegas y que la publicidad para sus pronunciamientos y labores sea prácticamente nula.
Si se trata de desenmascarar al Frente Nacional ¿qué mejores tribunas que las plazas públicas de ciudades, pueblos y veredas de nuestro país? Allí precisamente, ante las masas irredentas que esperan desesperanzadamente voces de aliento y de lucha es que debe hacerse tal agitación, es donde deben hacerse pautas de transformación revolucionaria.
Además, no pueden olvidarse las trapisondas, las eternas triquiñuelas para impedir la aprobación de cualquier modesto proyecto de ley de algún contenido popular. ¿Podemos olvidar que un parlamento de absoluta mayoría “Gaitanista” derrotó y sepultó el proyecto presentado por el propio Gaitán mediante el cual aspiraba obtener una reforma bancaria favorable al país? Y qué decir, en cambio, de los muchos y monstruosos proyectos antinacionales y antipopulares que han sido aprobados y hoy son leyes de la República. El parlamento, en última instancia, sólo sirve a la oligarquía que lo controla y utiliza para su propio beneficio y para sostener la máscara de la “democracia” y la “voluntad popular”.
Las elecciones “reencauchan” el Frente Nacional
Es bien sabido el desprestigio que rodea al Frente Nacional y sus modalidades de alternación presidencial y paridad electoral. Esto que se anunció como el gran descubrimiento exportable de una Colombia remozada y alegre que se erguía triunfante sobre las cenizas de sus muertos y sus trágicos años de dictadura no fue en el fondo, como los años lo han demostrado y como oportunamente fue denunciado por los sectores revolucionarios más consecuentes, que una más de las hábiles maniobras de la despreciable burguesía terrateniente-industrial que gobierna a Colombia. Esta farsa de la “nueva democracia made in Colombia” está al descubierto ante el país y ante amplios sectores de la opinión pública mundial. Nuestras curiosas y especiales modalidades “democráticas” despiertan siempre en quienes las conocen desconcertantes gestos de incredulidad e hilaridad. Porque no se encuentra calificativo para tal burla y menos aún, justificación para que sectores “revolucionarios” la hubieran propiciado con su voto. Y bien. Unas nuevas elecciones en las que participen sectores “revolucionarios” implican para éstos una refrendación del sistema, una aceptación de sus finalidades y un sometimiento a sus resultados. Sólo el Frente Nacional saldrá vigorizado en una jornada de tales características.
La abstención como línea revolucionaria
Lo que se ha dado en llamar “fatiga electoral” no es más que un nuevo síntoma de la inconformidad popular, no es otra cosa que un rechazo a las maniobras de la oligarquía. Acercarse a esas masas: transformar en consciente su rechazo electoral: llamarlas a buscar nuevos métodos y caminos de lucha: incorporarlas, en una palabra, por nuevas vías a la lucha política son, entre otras, las razones de la abstención beligerante. Se nos dirá: y ¿por qué no incorporarlas a la lucha política haciéndoles ejercer sus derechos de ciudadanos, de electores? No creamos que la puerta de entrada -o de reingreso- a las luchas políticas sea constructiva llevando al pueblo a depositar sus votos por las facciones tradicionales en pugna. Ese sería, precisamente, un camino negativo. El mismo de la gran prensa, de los gamonales de pueblo o a los manzanillos de barrio. Convencer a las masas de que lo correcto es votar, contra toda razón, contra toda lógica revolucionaria, teniendo que vencer su infinita repugnancia, sería un craso error y una grave inconsecuencia.
La necesidad de utilizar todos los caminos
También se argumenta que mientras se dan mejores condiciones para buscar cambios revolucionarios de fondo es indispensable utilizar las más variadas formas de lucha. Esto es correcto. Pero, ¿por qué aceptar sólo las “variadas” formas que la oligarquía propone? ¿Por qué entrar en su juego? ¿Por qué situarse en el terreno que sólo a ella favorece?
Nosotros sostenemos la tesis de la abstención beligerante. Pues bien: ¿No es acaso ésta si una nueva y variada forma de lucha?
La abstención no es insurrección armada
Se habla de que la abstención es negativa si no se tiene las fuerzas suficientes para impedir la realización de las elecciones o para disolver el parlamento burgués. Como si lo que se planteara fuera insurrección inmediata y no la abstención beligerante, la abstención consciente, hechos bien distintos, por cierto. Se argumenta en contra de la abstención que ésta es negativa porque no existen las condiciones inmediatas para transformar la potencia abstencionista en insurrección armada. A juicio de quienes así razonan parece que no deben plantearse a las masas objetivos que no se puedan cumplir en forma inmediata. Curiosa teoría. De sujetarnos a ella tendríamos que arrear las banderas de la revolución pues es bien claro que actualmente apenas se están formando las fuerzas revolucionarias disciplinadas y unidas que realicen grandes transformaciones que el país necesita. No obstante, es un deber imperioso hablarles a las masas de esos objetivos y prepararlas para que se incorporen a esa lucha. La abstención cumple esa finalidad: mientras pronto el pueblo adquiera conciencia de todas las farsas y triquiñuelas de que se valen para engañarlo, mientras más pronto se desplome el andamiaje en que se cimenta el régimen oligárquico, más pronto vendrán las transformaciones buscadas.
Las elecciones han dado ya un gran fruto: la decepción, el desengaño. Y su lógica consecuencia: la búsqueda, el ansia de nuevos horizontes. Los votos que se coloquen en las próximas elecciones no representarán las mayorías nacionales. Esos votos estarán viciados de nulidad, en su inmensa mayoría, por las presiones, la violencia, el engaño, el soborno y la ignorancia.
¡Abramos nuevos caminos a las luchas populares! ¡Rescatemos a nuestro pueblo de las garras de los electoreros!
