Publicamos una traducción no oficial encontrada en el Heraldo Rojo del editorial de A Nova Democracia
Las masas trabajadoras en EE. UU. no aceptan bajar la cabeza y esto es una muestra formidable de cómo la revolución está en la orden del día, aunque requiera, en EE. UU., una dirección revolucionaria proletaria capaz de desarrollar conscientemente tal situación hacia la crisis revolucionaria, para conquistar el Poder para el proletariado en la Revolución Socialista.
por Redação de AND
13 de junio de 2025

Los nuevos y masivos levantamientos populares en EE. UU. contra la política fascista de Trump, de secuestrar inmigrantes y deportarlos, con brutales métodos conspirativos e incluso ilegales, son una expresión contundente del grado de la crisis política que persiste y se profundiza en las entrañas de la superpotencia hegemónica única, como parte y salto en la descomposición del sistema imperialista en su conjunto.
Trump envió casi 5.000 tropas de la Guardia Nacional y de marines para reprimir las protestas, amparándose en la “ley de insurrección nacional” de este país; esto, además del histrionismo exhibicionista de un extremista de derecha propio del actual ocupante de la Casa Blanca, ocurrió porque, incluso de manera espontánea, la situación de conmoción masiva y violenta que ha estallado repetidamente al menos una vez cada década desde la Segunda Guerra Mundial, corre el riesgo de superar los límites de las soluciones pacíficas y acerca a la sociedad estadounidense a una situación de pre-guerra civil. Y vale la pena registrar que la última vez que tal movilización de la Guardia Nacional ocurrió, en un contingente similar y de forma unilateral, fue hace 60 años, cuando estallaron las multitudinarias manifestaciones de la población negra por los derechos civiles, en la década de 1960.
Esa es la suerte de una nación engendrada de tal arrogancia imperial y dotada de una política de Estado basada en el extremo culto a doctrinas chovinistas que persiste, independientemente de la afiliación partidaria de sus gobiernos de turno, como la doctrina del “Destino Manifiesto”, que fundó su ejército como marines o fuerza para intervención y saqueo permanente en el extranjero; fuerza genocida que se considera dueña y policía del mundo, la mayor máquina de genocidio de toda la Historia, habiendo exterminado poblaciones de diferentes naciones, además de los propios pueblos originarios de la parte norte del continente, pueblos nativos del norte del continente, como sigue por procuración exterminando en Gaza. Sin embargo, esta superpotencia hegemónica única hoy sufre de enfermedades incurables que tienen bases en su formación, que, al igual que nuestro país, se construyó con la esclavitud perversa e insana del pueblo negro, tratado hasta hoy en el “país de la democracia” como población de ciudadanos de segunda clase, y más recientemente, apoyada en la explotación más brutal de inmigrantes, tratados como si fueran sus meros sirvientes. Esto se compagina con una creciente crisis de descomposición de la base doméstica de su anómala economía desde hace mucho, cuya media de crecimiento del PIB solo ha decaído desde 1950 hasta aquí (entre 1950-1985, los picos que alcanzaron hasta el 13% decayeron al 6%; y de 1985-2019, solo una vez el pico superó el 5%). De hecho, en los últimos 71 años, hay una recesión en la economía yanqui cada 6.4 años, en promedio, lo que revela, a pesar de toda la “lavado de cerebro” yanqui, que el “sueño americano” es un velo para cubrir una máquina de moler pobres en función de alcanzar los beneficios más fabulosos, con vistas a salir de esta tendencia a la estancación, régimen brutal de explotación sostenido por la dictadura férrea de la burguesía imperialista. La democracia estadounidense no está negada por Donald Trump: esta es la democracia burguesa en estado senil, es decir, un régimen basado en el sufragio universal cuando conviene y en la movilización de la máquina de guerra contra el pueblo cuando este se levanta.
No sin razón, los miles de militares enviados para contener las protestas fueron insuficientes e incluso agravaron la violencia y la magnitud de las mismas, extendiéndose con asombrosa combatividad a 8 grandes ciudades; las masas trabajadoras en EE. UU. no aceptan bajar la cabeza y esto es una muestra formidable de cómo la revolución está en la orden del día, aunque requiera, en EE. UU., una dirección revolucionaria proletaria capaz de desarrollar conscientemente tal situación hacia la crisis revolucionaria, para conquistar el Poder para el proletariado en la Revolución Socialista.
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El testimonio de Jair Bolsonaro ante la 1ª sala del STF, presidida por Alexandre de Moraes, representa bien la situación de aquel: debilitado y a la defensiva, como un perro acorralado. La promesa, hecha un día antes, de que el testimonio del líder de la extrema derecha sería “contundente y sobrio” no podría haber sido más traicionada ante su público.
Bolsonaro se disculpó, en juicio, con aquel a quien acusaba de ser su verdugo por razones personales; no fue el único, junto a él lo hicieron Paulo Sérgio Nogueira y el señor Alexandre Torres. No obstante, la guinda del pastel fue Bolsonaro, con una amplia sonrisa, invitando a Moraes a ser su vicepresidente en 2026 en tono de broma. Así, el líder de la extrema derecha brasileña se presentó al público, en su primera participación en juicio, como lo que es: un débil y un cobarde, lo que es constatado por parte de su base y debilita toda y cualquier posición en la que pretendía presentarse como “héroe de la extrema derecha”, mártir o algo similar, a ver qué implicaciones tendrá en su capacidad de movilización. Como personaje histórico, le falta mucho para ser algo grande, incluso desde el punto de vista negativo. Es notable que la búsqueda de protegerse a toda costa –incluso llamando a su base social, que él mismo movilizó para apoyar un golpe militar, un “grupo de locos”– es el destino de los cobardes y pusilánimes, y bastante característico de los reaccionarios. Pues, no basta que sean, el grupo de Bolsonaro y sus correlacionados, despreciables defensores de las mayores ignominias contra las masas trabajadoras: ellos son también cobardes, lo que corresponde a la podredumbre de su ideología. De hecho, esta es la fuerza moral de la extrema derecha, y estos señores, que se presentaron como perros temerosos en el tribunal, no se alejan mucho de otros de sus pares, como el señor Mauro Cid, el delator, que como oficial militar de las tan mencionadas Fuerzas Especiales colapsó mentalmente al ser privado por pocos días de su libertad, incluso en condiciones privilegiadas; o el valiente Daniel Silveira, antes diputado al estilo pitbull que lloraba día sí, día también, en las dependencias del complejo penitenciario donde estuvo alojado durante algunos meses.
Por el testimonio y la postura que asumió, es perceptible que Bolsonaro reconoce que será preso, pero no necesariamente perderá su fuerza electoral; en el momento actual, aún la conserva, y tiene capacidad para competir –según sospechosas encuestas de opinión– con cualquiera de sus aliados. Parece, incluso, que esta forma vergonzosa de posicionarse frente a aquellos a quienes acusa de verdugos sea parte de su táctica, de intentar recuperar su supervivencia política e individual –porque se siente amenazado– posicionándose como líder en el campo de una oposición de derecha. La democracia burguesa recibe de Bolsonaro la propuesta de reincorporarlo en sus filas, ese es el fondo de los pedidos de disculpas. De todos modos, Bolsonaro, sea o no preso, no disminuirá por sí mismo el caldo de cultivo anticomunista, antipueblo, ultrarreaccionario y nostálgico del régimen militar, cuya base social más activa y fascista quizás se frustre más por su cobardía, clamando por un liderazgo más extremista, y esto porque las bases que lo hicieron surgir no han desaparecido, sino que siguen pululando: son la descomposición de la economía que engendra una situación objetiva de radicalización de la lucha de clases, y la profunda crisis política que ella proyecta y potencializa como desmoralización de la vieja democracia frente al pueblo. Mantenidas estas bases, solo hay una forma de hacer que la extrema derecha retroceda: ¡combatiéndola sin reservas ni consideraciones!
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La Flotilla de la Libertad, con Thiago a bordo, tuvo su barco con destino a la Franja de Gaza secuestrado y llevado a la costa de la entidad sionista; Thiago estuvo preso, negándose a ser deportado y persistiendo en su objetivo de llegar a Gaza para romper el cerco criminal que impide la llegada de ayuda humanitaria a los palestinos. (Aquí se ve la diferencia moral entre un fascista, del que hablábamos, y un luchador de la causa progresista). Sobre tal grave situación, que involucra a un activista brasileño secuestrado por los criminales de guerra, Luiz Inácio guardó un perturbador silencio – claro, porque en este caso no serviría de nada hablar unas pocas frases efectistas, sería necesario actuar, y actuar es algo que el pelego no quiere, incluso si eso significa prolongar la situación de privaciones de Thiago.
En su viaje a Francia, Luiz Inácio ha preferido atacar a la Resistencia Nacional Palestina, diciendo que no está de acuerdo con el “ataque terrorista” de Hamas para suavizar sus críticas al genocidio sionista; de hecho, en esto también Luiz Inácio se diferencia muy poco de Joe Biden, quien también hacía críticas “a los excesos de Israel” y condenaba como terrorista a la Resistencia, mientras financiaba la campaña de limpieza étnica; o del señor Xi Jinping, presidente de la China social-imperialista, quien, de hecho, es inerte ante la masacre de palestinos cuando dispone de medios para actuar para cesarla, presentándose como un hombre progresista mientras asiste omiso al mayor exterminio en términos proporcionales de la Historia humana.
Se insiste, una vez más, en que es urgente –y la única actitud mínimamente digna– que Brasil, al igual que otros países gobernados por demagogos que dicen defender a Palestina, rompa inmediatamente, ya, relaciones diplomáticas, comerciales, militares y de inteligencia con la entidad sionista, y que imponga serias restricciones a las agencias sionistas que operan en los países para la persecución y espionaje de activistas pro-Palestina. Esta es la única actitud digna, y cualquier otra, por más que se pinte de defensora de Palestina, es solo una maniobra subrepticia de hipócritas y demagogos para evadir la presión, adular al imperialismo y mantener la omisión cobarde ante el masacre de mujeres y niños – demagogos e hipócritas, categorías de hombres en las que parece no avergonzarse el señor Luiz Inácio al acomodarse en ellas.