
Trump sube aranceles a todos, pero principalmente a China. China contraataca con otros aranceles. Llegan a una tregua en mayo en Ginebra; EE.UU. acusa a China de incumplir, Pekín desmiente y devuelve la acusación. Trump amenaza con no venderle microchips, y China presiona la herida de las tierras raras, que son minerales fundamentales para los componentes electrónicos y cuya producción y procesado domina China. Trump amenaza con más aranceles, aunque un tribunal dentro de EE.UU. bloqueó su aplicación; Xi y Trump hablan por teléfono, crece la incertidumbre en los mercados. Hay drama de sobra para mantenernos entretenidos y hacer parecer determinante el vaivén de las negociaciones y las decisiones de individuos, difuminando la naturaleza de la pugna, en la que la “guerra comercial” es solo una faceta de la creciente confrontación entre Estados Unidos y China. Sin detenernos en la contienda del papel del dólar en la economía y las disputas por el control de la cadena de suministros, pasemos a mencionar los puntos de conflicto potencialmente bélico entre la superpotencia yanqui y la potencia imperialista China:
- Taiwán, una isla con ubicación estratégica donde se procesa más de la mitad de los microprocesadores fundamentales para robótica e inteligencia artificial.
- Las aguas de Filipinas, donde Estados Unidos ha instalado y ampliado bases militares, mientras los imperialistas chinos violentan la soberanía de Filipinas proclamándose dueños de sus zonas marítimas y agrediendo a sus pescadores.
- Cachemira, zona en disputa entre India y Pakistán con un conflicto histórico. Recientemente ambos países se agredieron mutuamente con un intercambio de misiles, el cual devela qué potencias están detrás del conflicto: India lanzó misiles diseñados en Europa y guiados por satélites norteamericanos, mientras Pakistán respondió con drones y radares diseñados por ingenieros chinos. Zona de gran importancia para China pues es imprescindible para el Corredor Económico China-Pakistán (CPEC) parte de su proyecto Franja y Ruta.
Los anteriores son puntos de conflicto donde las potencias imperialistas se sacan los misiles. En una esquina tenemos a la Superpotencia hegemónica: Estados Unidos. Hoy comandada por el contrarrevolucionario de Trump, que ha cumplido al pie de la letra -y llevándose el premio al actor más dramático- el plan de las clases dominantes yanquis. Desde la administración de Barack Obama, las clases dominantes yanquis comenzaron a plantear la necesidad de una “reorientación geoestratégica”, tras la retirada progresiva del ejército invasor en Irak y Afganistán. Comenzaron a impulsar el llamado “Pivot to Asia”, que marcó el inicio formal de una política exterior centrada en contener la creciente influencia de China en Asia-Pacífico. El imperialismo norteamericano busca evitar que China domine el entorno regional y gane control sobre territorios estratégicos como Taiwán, Islas Fiji, el mar del Sur de China, Filipinas y Corea del Sur. El ampliado Asia-Pacífico a Indo-Pacífico, representa el 50% del PIB global y engloba el 60% de la población mundial. Pero, pese a la importancia estratégica asignada, Estados Unidos se ha visto en verdaderos aprietos para concretar sus planes en la región, por la Guerra en Ucrania que ha puesto en tensión su aparato militar, y aún más con la guerra en el medio oriente, donde en dos décadas de intervención militar directa, no pudo pacificar -léase subyugar- la región, y, por el contrario, la brillante ofensiva de 7 de octubre del pueblo palestino, parece haber trastocado todos sus planes en la región.
En la otra esquina de la disputa tenemos a una potencia en asenso: La social-imperialista China. Sustentada por la explotación máxima del proletariado chino, corporativizado y sometido por el sistema revisionista y anticomunista que hoy encabeza Xi Jinping. Apoyando sus negros pies imperialistas sobre los logros de la revolución socialista en China, extienden sus tentáculos sobre África y Asia, y no desaprovechan oportunidad para merodear por América Latina. Su proyecto de cabecera Franja y Ruta, poco se diferencia -salvo por la menor amplitud, pero no por el carácter imperialista- con los proyectos de “desarrollo” que vendieron los yanquis a Latinoamérica y otros pueblos oprimidos, a principios del siglo XX. El proyecto Franja y Ruta, busca la sumisión de los países semicoloniales a deudas masivas con bancos chinos, la sobreexplotación de los trabajadores y entrega de acceso privilegiado y control sobre materias primas, puertos y puntos estratégicos. China es hoy una potencia imperialista en crecimiento, que entra bastante tarde a la repartija de los países oprimidos por parte de las potencias y superpotencias imperialistas, y por consiguiente, solo puede entrar tratando de “robar” la “zona de influencia” “ajena.”
¿Son estos los únicos imperialistas en contienda, o acaso los principales? China está lejos aún de poner en entredicho la hegemonía yanqui, se trata de una potencia imperialista regional. Rusia sigue siendo un formidable competidor para el imperialismo yanqui; una superpotencia atómica, con sus tropas paramilitares desplegadas en África y en Europa oriental, que ha demostrado con la guerra de agresión a Ucrania que puede “defender” su patio trasero. Si EE.UU. se centra en China, y por ahora deja relativamente quieta la disputa con Rusia, es porque se ve estrangulado con tantos frentes y sufre de la inevitable contradicción de los imperios: que mientras más expanden su dominio, más vulnerables se hacen, mayores son los costos de defensa y el desgaste. Trump se apresuró a intentar cerrar el frente de guerra en Europa e intentar llegar a acuerdos con Rusia, ahora busca evitar el acercamiento de las potencias imperialistas europeas a Rusia o a China y llevarlas a que asuman un papel militar más importante contra Rusia. Las potencias europeas por su parte, decrepitas, unidas con saliva en la Unión Europea, buscan ineficazmente la “autonomía estratégica” de Macron (Francia) o la “Soberanía abierta” de Olaf Scholz (Alemania); pero el músculo económico y militar, y la crisis política interna, solo les alcanza para orar pidiendo que la tercera guerra mundial no se dipute en su territorio. Por otro lado, Japón es una potencia imperialista contenida desde la Segunda Guerra Mundial, que buscará cualquier descuido de los yanquis para militarizarse.
“Tras haber sido descartada como un fenómeno del siglo anterior, la competencia entre grandes potencias ha vuelto”. Así decía la Estrategia de Seguridad Nacional de Donald Trump en su primer mandato en 2017, resumiendo el fracaso del “nuevo orden mundial” de “paz y cooperación” bajo la hegemonía de Estados Unidos, declarado por G.W Bush padre en 1991. Lo anterior es confirmado por la mafia del Partido Demócrata, cuando en la política Estratégica de Seguridad Nacional de Biden, reafirman que se ha entrado en una “nueva era” de “Competición de Grandes Potencias” donde “el principal desafío para la prosperidad y la seguridad de Estados Unidos es el resurgimiento de una competencia estratégica a largo plazo”, por parte de -lo que la Estrategia de Seguridad Nacional clasifica como potencias revisionistas- China y Rusia. En realidad, nunca dejó de existir la contienda entre las potencias imperialistas, y desde el primer momento que EE.UU. se proclamó superpotencia hegemónica única, tras la caída del muro de Berlín, su poder comenzó a ser cuestionado. Los ultra-reaccionarios a la cabeza del Estado yanqui, están reconociendo que comienza a erosionarse esa hegemonía, que se encuentran en un declive.
Pero, decir que EE.UU. ya ha perdido su hegemonía es una alucinación, o por lo menos una incomprensión. No basta con controlar la producción de baterías de litio y tierra raras, hacer alianzas diplomáticas como las BRICS, ni siquiera ganar un par de disputas militares, para declarar un orden “multipolar”. Existen señales de su declive, pero su hegemonía sigue vigente, y se sustenta en el control de los capitales monopólicos yanquis sobre las arterias de la producción, mercados, recursos naturales, mano de obra del globo, y en última instancia, la hegemonía se sustenta en las 800 bases militares y las decenas de agresiones militares directas o indirectas. Es un engaño decir que puede surgir un mundo “multipolar” o “no-polar” sin ya sea una guerra para que unos reyes destronen a los otros, o una guerra para que todos los reyes sean destronados.. Las tensiones interimperialistas se acumulan en el camino de preparar una tercera guerra mundial, aunque aún ésta no sea la tendencia principal en el momento, llegando los imperialistas a acuerdos en los puntos de conflicto, antes de que escalen a choque militar directo entre potencias y superpotencias.
Volviendo a la disputa chino-norteamericana, otro factor a considerar para entender los acontecimientos, es que sus economías están en parte acopladas. Nixon se acercó a China en la década de los 70 para concentrarse en la disputa con Rusia durante la Guerra Fría, al igual que hoy le pasa a Trump, pero en el sentido contrario. Así, el crecimiento de China tras la restauración capitalista (1976) se sustentó en los capitales yanquis, mientras el capital financiero yanqui extrajo fabulosas ganancias al localizar la producción en China. Hoy, muchas empresas estadounidenses dependen de fábricas chinas para ensamblaje o producción (Apple, NVIDIA, etc.). Las fábricas chinas dependen de componentes y tecnología estadounidenses. China controla el 61% de la producción y el 92% del procesado de las tierras raras usados en la industria militar, aeroespacial y robótica yanqui, también una buena parte del litio para las baterías eléctricas; pero enfrenta el desafío de obtener mayores beneficios de las cadenas globales de valor, pues sus capitales se concentran en los sectores de menor valor agregado. Estados Unidos busca limitar el crecimiento de China y desacoplar cuidadosamente aspectos clave de su economía, sin generar un desequilibro peligroso para sí mismo.
Además, Estados Unidos se ve asfixiado por la frágil situación económica en su propio territorio, intenta reorganizar su economía, fuertemente adeudada y especulativa, con serios problemas en su cadena de suministros y en su producción; lo que los economistas burgueses llaman “financiarización de la economía”, donde el capital financiero y los mercados financieros adquieren una importancia cada vez mayor, desvinculándose en cierta medida de la actividad productiva real. Es pues, la descomposición del imperialismo marcado por un parasitismo cada vez mayor. Durante los últimos años, EE.UU. ha tenido que hacer maromas para tratar de contener la inflación y ofrecer puestos de trabajo, siendo el aumento de la pobreza, un fenómeno que representa para las clases dominantes yanquis un gran riesgo de inestabilidad.
El sistema imperialista está en su crisis general, y Estados Unidos, como superpotencia hegemónica única, enfrenta el mayor hundimiento. Por eso, solo un Trump podía cumplir ese papel en este momento, agudizar el chovinismo para dividir a la clase obrera en casa, y retornar al realismo y pragmatismo al que históricamente han acudido los jefes de Estado yanquis en momentos de crisis. Estados Unidos está atormentado por contradicciones internas irreconciliables, vive un largo proceso de hundimiento y cada nueva medida para contraponerse a este declive agudiza sus contradicciones.
China mantiene índices de crecimiento positivos, pero remando contra los bajos índices de consumo, sobrecapacidad industrial y crisis inmobiliaria, en medio de una crisis general de todo el sistema imperialista de la que es parte. Algunos se deslumbran con los espejitos rusos, chinos, o de las potencias europeas, que con algunas palabras como “anti-fascistas”, “anti-imperialistas” y “ecologistas”, intentan esconder, tanto sus manos teñidas de sangre obrera y de sangre de los pueblos del mundo, como la codicia imperialista, la misma de los yanquis, solo que su condición de potencias no hegemónicas les obliga a aparentar más amabilidad. Lo que está en juego no es el choque entre dos sistemas separados, sino el choque entre diferentes imperialistas dentro del mismo sistema imperialista mundial, donde se disputan el saqueo y la explotación de las naciones y pueblos oprimidos, así como la obtención de mayores tasas de ganancia para sus capitales a partir de la mayor explotación del proletariado y masas trabajadoras del mundo.
En este panorama falta el factor decisivo
Una publicación del Instituto Naval de Estados Unidos plantea:
Desde el final oficial de la Guerra Fría en 1991(…) Estados Unidos ha estado en guerra o involucrado en conflictos militares significativos e intervenciones durante más de dos tercios de los años transcurridos. Decenas de miles de soldados (…) han muerto o han resultado heridos en estos conflictos. Las guerras y conflictos en Irak en 1991; Somalia, 1992–93; la guerra global contra el terrorismo y Afganistán, 2001–presente; Irak, 2003–presente; y Siria y Yemen desde 2016 (…) La única victoria clara de las últimas seis décadas fue la primera guerra de Irak en 1991, en la que el presidente George H. W. Bush tuvo el juicio sensato de limitar el objetivo a expulsar a Saddam Hussein y su ejército de Kuwait, y luego retirar la mayor parte de nuestras fuerzas de la región. (…) presidentes, políticos y ciudadanos no han logrado comprender esta simple verdad: durante más de medio siglo, Estados Unidos ha perdido todas las guerras que ha iniciado. Del mismo modo, también ha fracasado en las intervenciones militares que ha emprendido….
El pueblo palestino resiste la hambruna y los bombardeos, sin dejar sus puestos de combate en su tierra, Palestina. La Guerra de Liberación Nacional Palestina, particularmente tras el 7 de octubre, ha generado grandes problemas para los yanquis, y ha levantado un movimiento antiimperialista por el mundo entero y puesto en pie de guerra a los pueblos de la región. El pueblo yemení propició el mes pasado una fantástica derrota táctica al imperialismo yanqui, que tuvo que retirar sus portaaviones sin haber realizado algún golpe importante, mientras los misiles de los hutíes disparaban al aeropuerto israelita. En la última década, en el norte de África, una serie de países han humillado a Francia, expulsando sus tropas y sus embajadas. Los intentos de los imperialistas, por profundizar el saqueo en América Latina, tienen que enfrentar aun los obstáculos de luchas guerrilleras que no cesaron, a pesar de falsos “acuerdos de paz” promovidos desde el mismo imperialismo yanqui, como política paralela y complementaria a la guerra contra el pueblo. La resistencia ofrecida por el pueblo ucraniano ante la agresión de Rusia, que esperaba una “operación especial” rápida, pero que se convirtió con una guerra de desgaste, y no precisamente por el armamento de “occidente”, que bajo la cabeza entreguista de Zelenski ha servido a desmovilizar y desmoralizar al pueblo, poniéndolo a la cola de las otras potencias imperialistas. África, Asia y Latinoamérica -las naciones y pueblos oprimidos que las componen- son pueblos con una larga historia de resistencia, no se han quedado maniatados viendo cómo saquean o cómo se pelean entre imperialistas por quién va a saquearlos. Estos pueblos oprimidos han ofrecido una gran resistencia al imperialismo y cada vez ganan mayor conciencia de que los imperialistas ganan batallas, pero pierden las guerras.
Aterrizando en los acontecimientos del mes pasado, donde el gobierno de Colombia tomó parte del telón de fondo de la pugna entre EE.UU. y China, surge la pregunta: ¿Se trata de un “viraje” de Colombia hacia China? La respuesta es no. Basta recordar, que fue el expresidente Duque quien presentó un arreglo floral y se inclinó ante el Monumento a los Héroes de la Revolución Comunista en China, con tal de venderles aguacates y café. Basta también, ver más allá de las palabras pomposas, para descubrir que lo firmado por Petro fue un papel simbólico, sustancialmente vago y más motivado por obtener un éxito diplomático para calmar los problemas domésticos, recordando que en Colombia 62% de la población tiene una visión positiva de China en comparación con 40% que tienen una opinión favorable de Estados Unidos.
¿Qué deben hacer los pueblos y naciones oprimidos cuando dos imperialistas se pelean? Está la fórmula del vendepatria sin vergüenza: recordada recientemente por Juan Carlos Pinzón, ministro de defensa durante el gobierno Santos y embajador en EE.UU. durante el gobierno Duque, quien reclamó a Petro por “provocar” a Estados Unidos al firmar su adhesión al proyecto Chino Franja y Ruta; en sus palabras “Cuando hay dos elefantes peleando, el ratón que se mete sale aplastado”, y pide que no arruinemos una “relación histórica de casi 205 años”. Por otro lado, está la fórmula del patriota farsante: repite que trata a China de “tú a tú” mientras firma un acuerdo de país imperialista a país semicolonial; ruega que EE.UU. nos trate de “tú a tú” mientras reconoce que hemos puesto 200.000 mil muertos en una guerra al servicio de Estados Unidos -la guerra contra las drogas en Colombia, financiada y dirigida por EE.UU.-, en palabras de Petro: “lo hicimos por ellos”. Trata de vender la reaccionaria idea de que los imperialistas son nuestros socios y nos ayudan al desarrollo.
Así pues, no se trata de tutearse con las potencias imperialistas, sino de combatirles. El pueblo colombiano no es un ratón, es un jaguar de nuestra América; y los imperialistas son gigantes con pies de barro, y sí que están empantanados; es buen momento para el jaguar.