Según las cifras del organismo estatal DANE -Departamento Administrativo Nacional de Estadística – durante el 2022 la inflación en Colombia se ubicó en un 13,22%, y para enero del presente año, comparada con el mismo mes del año pasado, se sitúa en 13,25%. El aumento general y sostenido de los precios de los bienes lleva siete meses por encima del 10%, y está cerca de superar el porcentaje de 13,51% que alcanzó en marzo de 1999, la cifra más alta de la historia reciente en el país.
Son los trabajadores formales, informales y desempleados del campo y la ciudad, la gran mayoría popular del país, a quienes golpea de forma más contundente el incremento de los precios, ya que esta población dedica una mayor proporción de su salario a la compra de alimentos e insumos básicos de subsistencia, en comparación con los segmentos más ricos de la población. Los alimentos son uno de los principales segmentos que ha jalonado la inflación, subiendo un 27%. En modo similar, lo han hecho los servicios públicos -agua, luz, electricidad, etc. -que, según los datos oficiales, han subido en un 25%.
La mayor crudeza de esta realidad para los pobres también es indicada por cifras: para los 19,6 millones de pobres que tiene Colombia, la inflación alcanzó casi el 15%, mientras que para la población rica el aumento de los precios estuvo por debajo de la media, con un 13,12%.
A su vez, los pequeños y medianos empresarios del país se ven muy especialmente afectados por el aumento de las tasas de interés impuesto por los bancos, aumento que para el 27 de enero llegaba a un 12,75%, porque así se hace más difícil el acceso a préstamos y créditos, los cuales son, en cambio, fácilmente suministrados a las empresas de la gran burguesía cuando hay crisis económica, como ocurrió recientemente cuando sobrevino la pandemia. Esto, al mismo tiempo, frustra los deseos que tienen muchos sectores populares de invertir en la construcción de sus viviendas, e impulsa la ocupación de terrenos en las ciudades, principalmente por las masas de campesinos desterrados.
La nación, por su parte, también sufre esta medida de aumento de las tasas de interés efectuada por los bancos imperialistas como la Reserva Federal de Estados Unidos. Junto con el aumento y volatilidad reciente del precio del dólar, esto ha contribuido a mantener altos los precios de la deuda externa en el país. Efectivamente, el indicador más reciente señala que la deuda externa alcanza un 52,2% del total del PIB de la nación.
El aumento de las tasas de interés es una medida que los bancos centrales tradicionalmente operan en contextos de inflación. El fondo de esta medida es la intención de recargar la crisis sobre el pueblo, porque divulgan la idea de que la inflación es el resultado de una amplificación del gasto por parte de la población, como si el pueblo realmente hubiera visto aumentado su poder adquisitivo en los últimos años: antes bien, mientras que el costo de vida ha aumentado, el salario mínimo, el que solo cubre al 15,7% de la clase trabajadora, el que es pactado año tras año entre la aristocracia obrera, el Estado y la gran burguesía, esto es, los enemigos de esa clase trabajadora, a duras penas si se ajusta a la elevación general de los precios. De hecho, el aumento del salario mínimo para el 2023, decretado por el gobierno de Petro y Márquez, ha sido, con relación a la inflación, el más bajo desde 2016. Mucho peor es la situación para un 43,1% de los 22 millones de trabajadores del país, que se ganan menos de un salario mínimo.
El encarecimiento de los bienes de consumo se traduce inmediatamente en aumento del hambre. Según el Instituto Nacional de Salud, 85 niños murieron por desnutrición en el departamento de La Guajira en el 2022 (44 casos más que en el 2021). En todo el país los muertos por desnutrición fueron 308 menores. Cifras recientes, además, señalan que el 36,6% de la población no alcanza a comer tres comidas al día.
La inflación es otro síntoma más que evidencia la crisis del decadente sistema imperialista. Si bien Colombia tiene una de las tasas más altas de América Latina, los centros imperialistas como Estados Unidos e Inglaterra también están percibiendo fenómenos similares -en el primero de estos países, de hecho, se está dando la inflación más alta en más de 40 años, y los diagnósticos de los economistas burgueses apuntan a una sistemática ralentización del crecimiento.
La guerra de agresión en Ucrania es uno de los factores que ha encarecido los costos de materias primas, fertilizantes y transporte de mercancías, costos que la burguesía monopolista y los terratenientes transfieren a los trabajadores a través del aumento de precios de las mercancías y la consecuente disminución de los salarios, para preservar tanto como sea posible su tasa de ganancia. En el encarecimiento de los costos de transporte también han influido, según la prensa monopólica, las dificultades logísticas de la distribución internacional de mercancías en la medida en que se fueron flexibilizando las medidas contra la expansión de la pandemia.
Más importante aún es que, en el fondo, con todo y que es un fenómeno de múltiples causas inmediatas, la inflación está perfectamente ligada a un sistema moribundo y defensivo, donde los medios de producción de la vida material están privatizados y la producción en su conjunto es anárquica, cada vez más difícil de estabilizar y no está sujeta a planificación según las necesidades del pueblo.
Actualmente, distintos sectores populares del país y del mundo exigen a sus gobiernos medidas de paliación de la crisis. El costo del transporte ha sido causal de importantes movilizaciones populares en ciudades como Bogotá, donde los trabajadores y estudiantes se niegan a acoger la subida del precio del viaje en Transmilenio. De igual manera, más de 80 bloqueos se hicieron en las carreteras del país durante el primer mes de 2023, por causales como el aumento del costo de los fletes, aumento arbitrario en el costo de los peajes, dificultades económicas de los pequeños productores para distribuir los alimentos, entre otras.
Frente a esta situación, las clases dominantes solo encuentran como salida la represión y -cada vez menos- atenuadores momentáneos. Ésta y otras manifestaciones de la decadencia proveen las condiciones para una mayor concientización de las masas sobre la inviabilidad del sistema, y la necesidad histórica de derrocarlo revolucionariamente.